Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea
El dos de mayo de 1808 en Madrid, pintura de Francisco de Goya
En su lucha casada contra Gran Bretaña, el emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte, sostuvo una política exterior que tuvo como base: el Bloqueo Continental. Un sistema económico y comercial propuesto por Francia para excluir a los británicos del comercio europeo. El andamiaje de influencias e intereses parecía favorecer los deseos napoleónicos, hasta que un reino se negó a seguir la corriente impuesta en el continente: Portugal. Entonces, en un esfuerzo por alinear a los portugueses a la voluntad bonapartista, Francia y España firmaron el tratado de Fontainebleu en 1807 para permitir el paso de tropas francesas por territorio español y éstas pudieran aplacar la rebeldía portuguesa. La monarquía española nunca imaginó el revés que aquello tendría. ¡Habían dejado que el verdadero enemigo entrara en casa!
Las tropas francesas atravesaron los Pirineos y se encaminaron en dirección a Portugal. Las intenciones parecían las legítimas, hasta que diversas localidades españolas fueron ocupadas sin ningún respaldo legal en el tratado de Fontainebleu. Burgos, Salamanca y Pamplona fueron invadidas, y más tarde San Sebastián y Barcelona fueron inundadas con soldados extranjeros. El total de franceses acantonados en España ascendió a unos 65 000, llevando la situación a una máxima seriedad cuando las comunicaciones con Madrid fueron intervenidas. La capital se aisló del resto de España. Era evidente, los borbones españoles habían sido invadidos bajo engaños.
La presencia de tantas tropas terminó por alarmar al primer ministro español Manuel Godoy y la familia real fue escoltada al Palacio Real de Aranjuez para, en caso de necesidad, pudieran seguir hacia el sur, hasta Sevilla, y embarcarse allí hacia América. Justo como ya lo había hecho Juan VI de Portugal frente a la avanzada francesa.
La situación era apremiante, y ésta lo fue aún más al sumarse las diferencias padre-hijo, entre Carlos IV y su hijo, Fernando VII. Desde antes de la invasión napoleónica, las cortes se encontraban divididas entre carlistas y fernandinos, y el 17 de marzo de 1808, tras correr los rumores del viaje en cubierto de los reyes, una multitud dirigida por los partidarios de Fernando, asedió el palacio. Las exigencias no se dejaron esperar y Carlos IV tuvo que abdicar en favor de Fernando.
Tras el afamado motín de Aranjuez y la ocupación francesa del norte de España, el poder escapó muy pronto de las manos de Fernando, pues el emperador de los franceses, Napoleón Bonaparte, exigió la corona fuera cedida a su hermano, José Bonaparte, o José I, como quedó estipulado su nombre en las Abdicaciones de Bayona; acto donde Carlos IV y Fernando VII, bajo el peso de las armas que pendían sobre ellos, renunciaron al trono español. La lucha por la independencia de España había comenzado.
Carlos IV / Fernando VII (en medio) / José Bonaparte
El levantamiento contra el régimen napoleónico comenzó como una serie de motines espontáneos para rápidamente volverse esfuerzos coordinados de insurrección. Hubo revueltas en León y Burgos, pero el levantamiento de Madrid del 2 de mayo de 1808 es el más recordado, pues de allí se propagaron más por toda España. De hecho, un sector mayoritario de la Iglesia Católica, que consideraba en peligro la religión y la tradición ante la oleada secularizadora de los franceses, se sumó a la lucha entendiéndola como una cruzada y una segunda reconquista.
El fenómeno más destacable de este proceso independentista fue el guerrillero. Pequeños grupos de civiles armados arremetieron a pequeña escala contra el enemigo, y la suma de todos sus esfuerzos fortaleció la posición de los ejércitos regulares que también luchaban por recobrar la soberanía española. Los primeros éxitos hispanos en la batalla del Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia y, en particular, la sonada victoria de Bailén, provocaron la evacuación de Portugal y la abrupta retirada francesa al norte del Ebro, aunque pronto la Gran Armée, encabezada por Napoleón, hizo su aparición. Un punto crítico en la lucha había llegado.
Se trataba de un ejército veterano, con la experiencia suficiente para arrollar a la resistencia española y a los ejércitos británicos que desembarcaron en auxilio de la independencia; y en efecto así sucedió. El adiestrado ejército napoleónico derrotó a sus oponentes en las batallas de Uclés, en el segundo sitio de Zaragoza, en la batalla de Ciudad Real, en la batalla de Ocaña, y le abrió paso al emperador francés en Madrid, prolongando la dominación francesa de 1808 a 1812, año en que la política internacional del continente amenazó al imperio bonapartista con una coalición en su contra, la afamada Sexta Coalición, una fuerza europea conformada por: Reino Unido, España, Portugal, Rusia, Prusia, Suecia y Austria.
En 1813, frente a un nuevo refortalecimiento español favorecido por la coyuntura del exterior, José Bonaparte huyó del país y la victoria aliada de Reino Unido, España y Portugal en la ciudad de Vitoria dio fin a 6 cruentos años de lucha por soberanía en España. La nación española volvió a respirar con libertad, pero sus posesiones en América también deseaban ese destino.
Y tú ¿ves la influencia del exterior en la historia de tu país?
Aprende más:
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