Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea
En 1464, el poder del rey Enrique IV de Castilla se tambaleaba. El descontento que algunos nobles sentían hacia él era tal que, en junio del año siguiente, lo derrocaron y optaron por proclamar a su medio hermano Alfonso como nuevo monarca. Un acto que desencadenó una inevitable guerra por el futuro de los castellanos; sin embargo, pese a todos los esfuerzos humanos, Alfonso XII no pudo escapar de las manos del destino y falleció antes de tener al reino en sus manos. Parecía que la estabilidad volvía a Castilla, pero la familia real estaría condenada a repetir la misma historia, pues la hermanastra de Enrique, Isabel, y su hija, Juana, arriesgarían sus vidas por el mismo trono.
A partir de 1469, Enrique IV quedó como rey indiscutido mientras que Isabel fue puesta bajo custodia a la espera de contraer nupcias con el rey de Portugal, Alfonso V; un matrimonio que nunca pudo ser. Antes de verse frente al altar, los aires de libertad se apoderaron de Isabel, dejó las paredes que la encerraban y se fugó para casarse con su primo Fernando, en el Palacio de los Vivero. El matrimonio quedó sin validez legal pero una declaración se había hecho pública: Fernando e Isabel deseaban unir a Castilla y Aragón.
Enrique IV, contrariado por la maniobra de su medio hermana, la desheredó en octubre de 1470 y, en cambio, nombró heredera a su hija Juana. Una nueva guerra civil se estaba cocinando en la península ibérica entre los partidarios de ambas pretendientes al trono, y la muerte del rey solo agravaría el hecho.
Cuando Enrique muere el 11 de diciembre de 1474, su testamento desaparece y una ola de confusión se apodera del reino. Por un lado, los partidarios de Isabel la proclaman reina en Segovia; mientras que, por el otro, los partidarios de Juana intentan contrarrestar el hecho reconociéndola como reina. Pero ya lo sabe cualquiera, no puede haber dos reinas bajo un mismo techo.
Entre isabelinos y juanistas, Castilla estalló en una cruenta guerra de sucesión que sacudió a toda la península, por no decir a Europa Occidental. Pronto, el reino de Francia aprovechó la situación e invadió el Rosellón, entonces en manos de la corona de Aragón, mientras que la península se desangró por seis años en una guerra de sucesión sin paradón alguno en aquel siglo. Fue hasta la firma de los Tratados de Alcazobas en 1479, que Isabel y Fernando fueron reconocidos reyes de Castilla, Juana perdió todo derecho al trono y Portugal obtuvo la hegemonía en el Atlántico.
Los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla.
Isabel y Fernando, o los Reyes Católicos, como mejor trascendieron a los anales de la Historia, marcaron la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna, sentando las bases de la futura España bajo la dinastía de la casa de Austria. Tras la guerra, el matrimonio se enfrentó a la difícil tarea de reparar todos los daños, poner orden en la sociedad y la economía, así como reorganizar la vida política y administrativa de sus reinos. De ahí, que fueran capaces de crear una fórmula política, que consistía en dividir la soberanía en dos planos: un plano superior, donde está la corona o la unidad, y un plano inferior o administrativo, donde cada uno de los reinos implementaban sus propias tradiciones. Todo ello envuelto por una política homogeneizadora en torno al catolicismo, que impulsó sus esfuerzos por conquistar los últimos reductos musulmanes de la península, así como propagar su fe y soberanía a los territorios que un visionario explorador llamado Cristóbal Colón, encontró al otro lado del Atlántico: América.
Y tú ¿alcanzas a ver el alcance de estos sucesos en el presente que te rodea? ¿ves el pasado encapsulado en el presente?
Aprende más:
Nuestro libro recomendado es - Isabel la Católica de Manuel Álvarez
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