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Especial español- “El César”

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico



El 22 de enero de 1516, en plena agonía y a un día de morir, Fernando II de Aragón redactaba su testamento. En él nombraba a su hija, Juana I de Castilla, incapacitada para reinar, y a su nieto, el príncipe Carlos, administrador de los Reinos de Castilla y de León. Mientras que, en lo concerniente a la Corona de Aragón, el rey dejaba todos sus estados a Juana, aunque solo nominalmente, pues también nombró como gobernador de todos ellos a su nieto. Fue así que, al día siguiente, Fernando murió de manera abrupta y Carlos comenzó a soñar con ser más que un gobernador; deseaba ser rey. Sin embargo, esta decisión no fue bien vista por todos en península ibérica.



El 21 de marzo, Carlos envió una carta a Castilla informando su decisión de nombrarse rey, y no fue sino tras largas deliberaciones que el cardenal Cisneros comunico la decisión a todo el reino. El 13 del mismo mes se anunciaron los nuevos títulos:



Doña Juana y don Carlos su hijo, reina y rey de Castilla, de León, de Aragón…



Al poco tiempo el reino de Navarra se sumaría a una larga letanía de posesiones reales que incluía desde Granada, Toledo, Valencia y Galicia, pasando por Mallorca, Sevilla, Cerdeña y Murcia, hasta alcanzar América y cientos de posesiones extra marítimas. El sol no se ponía bajo su reino, y el mundo era testigo de la primera globalización en el sentido moderno.



Carlos aseguró su posición como rey gracias al reconocimiento del papa León X en la bula Pacificus et aetemum de 1517, y su título solo pudo ser exaltado con un segundo nombramiento en 1519: soberano del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos I de España se volvía entonces también Carlos V rey de Romanos. Ahora bien, poseer un imperio tan diverso entre germanos, castellanos, leoneses, aragoneses, nativos americanos, etc. Invariablemente significaba desconocer los usos y costumbres de cada lugar. Su juventud, inexperiencia y desconocimiento, invariablemente desencantaron a algunos, entre ellos: a los castellanos.



La poca atención que dedicaba a Castilla, hizo que un malestar general se extendiera entre los castellanos, y esto pronto se convirtió en una rebelión comunitaria que fue chispa de una guerra campal. La población no entendía la preferencia que tenía Carlos hacia los intereses germanos y aquello le hizo perder popularidad. Tras dos años de enfrentamiento y derramamiento de sangre al interior de los dominios del Sacra Cesárea Católica Real Majestad (Carlos I y V), el emperador reorganizó a sus partidarios y consiguió asestar un golpe definitivo en la batalla de Villalar, el 23 de abril de 1521. A pocos meses de la caída de Tenochtitlán y el imperio azteca por Hernán Cortés, el emperador decapitaba a los líderes de las revueltas comuneras: Padilla, Bravo y Maldonado. El Nuevo Mundo era conquistado y la península ibérica pacificada. Al menos hasta la contraofensiva navarra.





En esta ocasión, Enrique II Albert de Navarra, con apoyo del rey francés Francisco I, archienemigo de Carlos, se lanza en un ataque contra las fuerzas imperiales. Enrique envió al general francés André de Foix a saquear Los Arcos y sitiar la ciudad de Logroño, entonces en manos del “César Carlos I y V”. Sin embrago, el 5 de junio de 1521, las fuerzas del emperador se reorganizaron y acometieron una defensa que obligó a de Foix a levantar el cerco e iniciar un repliegue hacia Pamplona. La lucha con Carlos concluyó con una garrafal derrota en la batalla de Noáin, donde Enrique II Albert, del linaje francés deseoso por obtener la corona navarra, tuvo que ceder el territorio navarro al sur de los Pirineos a la soberanía española.


Enrique II Albert de Navarra / Solimán el Magnífico / Francisco I



El emperador hizo entrar en cintura a sus dominios peninsulares, pero las amenazas continuaron en el extremo oriental de su imperio, pues Francia había estrechado una “alianza profana” con el Imperio Otomano y la lucha entre Francisco I y Carlos V nuevamente se materializó en la Guerra italiana (1521- 1526), donde el rey francés cayó prisionero en la batalla de Pavía y fue enviado prisionero a Madrid. Durante este tiempo de cautiverio, la corona francesa aprovechó la coyuntura para enviar al embajador Jean Frangipani ante la corte del sultán otomano para solicitar la liberación del rey Francisco I y un contundente ataque a la frontera oriental de los Habsburgo. No había mejor oportunidad para Solimán el Magnífico, el sultán otomano del momento; sus anhelos de expandirse y encontrar legitimidad en tierras europeas por fin eran secundados por un reino cristiano que vio su petición cumplida en la batalla de Mohács (1526), un ataque que acercó los dominios otomanos a tan solo 3 días a pie de Viena. Para fortuna de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, los intentos otomanos de conquistar Viena no tuvieron éxito, y aquello marcó una frontera inquebrantable entre las ambiciones otomanas y las posesiones hispano-germanas.



Después de tantas guerras y frentes que defender, Carlos entró en una fase de reflexión: sobre sí mismo, sobre la vida, sus vivencias y, además, sobre el estado de Europa. Carlos comenzaba a tener conciencia de que Europa se encaminaba a ser gobernada por nuevos príncipes, los cuales, entrarían en fuertes diferencias político-religiosas frente al protestantismo luterano que se consolidaba en el continente y al que se enfrentaba su tiempo. No obstante, podía morir en paz sabiendo que había consolidado a España como una potencia hegemónica del siglo XVI y XVII.



¿Conoces a otros personajes que hayan acumulado tanto poder y dominios como Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico?




 


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