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Sócrates: La verdad por delante

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea



Hijo de un escultor y de una partera, un hombre de gran fuerza y habilidad bélica, así como el filósofo más famoso de la historia. Sócrates nació en Alopece, a tan solo 11 o 12 estadios de la antigua ciudad de Atenas, en el 470 a.C. Desde muy joven, Sócrates llamó la atención de los atenienses por poseer una inteligencia sobresaliente, gran destreza en la retórica, en la lingüística y en el arte de persuadir. Su paso por este mundo es ampliamente reconocido por el gran esfuerzo que dedicó a la búsqueda de la verdad, dialogando con hombres “sabios” pero no encontrando en ellos la satisfacción intelectual que deseaba. Sus acciones, aunque honestas, despertaron una profunda aversión entre los poderosos, llevando a este hombre justo y amante de la ley a su propia muerte.



La base de las enseñanzas socráticas es una comprensión objetiva de la justicia, el amor, la virtud y el conocimiento de uno mismo. Su enfoque antropológico de la filosofía, marcó un parteaguas en el quehacer filosófico presocrático, el cual se enfocaba meramente en lo físico y lo natural. Por lo tanto, Sócrates asumió al ser humano como el centro de su interés y desde entonces es también considerado el padre de la ética; una de las principales ramas de estudio de la filosofía.



Siempre asumiendo una postura de ignorancia, retratada en su célebre frase: “Yo solo sé que no sé nada” (Ἓν οἶδα ὅτι οὐδὲν οἶδα), nuestro filósofo griego fue capaz de interrogar a la gente para luego poner en evidencia la incongruencia de sus afirmaciones. Sin duda, esto molestaba a sus interlocutores, pero el ejercicio era efectivo para dejar al descubierto el mayor de los males: la ignorancia popular. Animado por sus descubrimientos sociales, Sócrates continuó encausando su energía al desarrollo de un método capaz de parir la verdad radicada al interior de sus alumnos: la mayéutica.



La mayéutica fue su más grande mérito. El método era inductivo y permitía a sus alumnos resolver problemas por medio de preguntas hábiles que iluminaban el entendimiento. En esencia, este era un método por medio del cual se conseguía analizar la verdad comparando diferentes opiniones y, de acuerdo a Sócrates, capaz de llevar al alma al conocimiento pleno.



Sócrates no escribió ninguna obra porque creía que cada uno debía desarrollar sus propias ideas, por lo tanto, es gracias a los testimonios de sus discípulos, como Platón y Jenofonte, que conocemos los rasgos fundamentales del “padre de la filosofía occidental”, así como su juicio y épica muerte.



Algunas fuentes nos hablan de que fue acusado por Ánito, Meleto y Licón bajo los cargos de pervertir a la juventud e introducir nuevos dioses; cargos exagerados que en realidad ocultaban una auténtica incomodidad política, pues la misión filosófica de Sócrates había herido susceptibilidades en la esfera del poder. De acuerdo a Jenofonte, la causa de fondo que llevó a Sócrates a juicio fue el haber aceptado como discípulo a Critias, miembro de la facción pro-espartana de Atenas, acusada de matanzas y vaciamiento económico por sus enemigos los demócratas. Hacer filosofía en un momento de convulsión política en Atenas, era un deporte de alto riesgo.



En su obra, La Apología de Sócrates, Platón recogió la defensa, el juicio y la muerte de su maestro. Nos relata que, frente al juzgado, Sócrates proclamó no haber impartido ningún conocimiento a otros, sino solo haberlos encausado en la búsqueda de la verdad, por lo que, en perfecta coherencia con sus ideales, confió en lo verdadero y lo justo, y no agregó nada más para ganarse la opinión del jurado.

La muerte de Sócrates. Óleo de Jacques-Louis David de 1787.



Sin embargo, con una mínima diferencia de votos, fue encontrado culpable por la justicia ateniense. Sus discípulos y amigos lo incitaron a escapar, pero él, respetuoso de la ley, decidió enfrentar la muerte por envenenamiento con cicuta acompañado de sus seres queridos hasta el último aliento.



La Apología concluye diciendo que Sócrates no guardó ningún rencor contra los que lo acusaron y condenaron. De hecho, en un acto de total confianza les pidió que cuidaran de sus tres hijos mientras estos crecen, solicitando que se pusiera lo bueno y verdadero por delante del propio interés. Al final, Sócrates dice:



"Es hora de irse, yo para morir, y ustedes para vivir. ¿Quién de nosotros va a una mejor suerte?, nadie lo sabe, solo los dioses lo saben".



¿Qué opinas tú? ¿Crees que la nobleza, lo bello y lo verdadero nos hacen realmente morir o vivir resonando en el recuerdo de los otros?


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