Un torbellino español
- Compass.
- 26 jun
- 4 Min. de lectura
Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

La batalla de Rocroi (1643) por Augusto Ferrer-Dalmau
El siglo XVII fue un tiempo turbulento para Europa, y España no se quedó sin tambalear. La entonces poderosa casa real de los Austrias vio su privilegiada posición en peligro cuando una serie de conflictos la rodearon. Aquejado por el descontento al interior de sus dominios, y al exterior por la Guerra de independencia de los Países Bajos (1568-1648), así como por la Guerra de los 30 años (1618-1648), el Imperio español vivió algunas de sus horas más obscuras durante este periodo.
Desde una perspectiva económica, a finales del siglo XVI la península sufrió una caída significativa de las remesas de metales preciosos que provenían de América, lo cual tuvo una repercusión negativa inmediata en los ingresos de la Hacienda Real y desencadenó las conocidas como quiebras del rey Felipe IV (1627, 1647, 1652 y 1662). Ahora bien, desde el punto de vista político-militar, la crisis financiera española se vio agravada con la ya mencionada Guerra de los 30 años. Este conflicto bélico es pivote en la historia europea, pues en gran medida significó no solo una importante reconfiguración del mapa político europeo, sino también una transformación de las conciencias a lo largo y ancho de todo un continente derivado de la Reforma Protestante. Inicialmente, fue un conflicto religioso entre protestantes y católicos dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, pero se transformó en una guerra más amplia por el equilibrio de poder en Europa. A su vez, la Guerra de independencia de los Países Bajos no hizo más que complicar las cosas. Conocida también como la Guerra de los 80 años, se trató de un prolongado enfrentamiento entre las 17 provincias de los Países Bajos contra su soberano, el rey de España, quien además se posicionó abiertamente en contra de la expansión del calvinismo en la región en un contexto de proliferación protestante en el centro y norte de Europa.
Para hacer frente a la inestabilidad político-militar del momento, el Conde-Duque de Olivares, llamado Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, insistió sobre la importancia de unificar más a España por medio de uniformizar las leyes e instituciones de los reinos que la conformaban. En aquel entonces, la monarquía hispánica era una monarquía compuesta en la que sus reinos, estados y señoríos estaban unidos bajo un monarca, pero conservando sus propias leyes, fueros y privilegios. En este sentido era común escuchar del Conde-Duque de Olivares la frase: “Muchos reinos, pero una ley”. Ahora bien, como su proyecto requería tiempo y recursos con los que la Hacienda Real no contaba, optó por un proyecto menos ambicioso, pero igualmente innovador conocido como “La Unión de Armas”; es decir, los reinos, estados y señoríos de la monarquía hispánica debían de contribuir con hombres y dinero, en proporción a su población y riqueza, para atender las apremiantes guerras que amenazaban a España, a las cuales se le sumó una abrupta declaración de guerra por parte de Luis XIII de Francia. En pocas palabras, España vivía un verdadero torbellino de problemas que no haría más que crecer.

Retrato de Felipe IV, por Velázquez.
National Gallery de Londres

Conde-duque de Olivares, por Velázquez.

Posesiones españolas en Europa durante la Guerra de los 30 años
El conflicto entre los Habsburgo (los Austrias) de España y el Sacro Imperio Romano Germánico en contra de los Borbones de Francia, se concretó en la llamada Guerra franco-española (1635-1659); un conflicto originado en el temor de la monarquía francesa al ver a su país rodeado por territorios Habsburgos que cuartaban toda aspiración expansionista de Luis XIII y, más delante, de su hijo Luis XIV. El esfuerzo bélico de Francia por acabar con este “encierro” geopolítico llevó la guerra a tierras catalanas. En respuesta, el Conde-Duque de Olivares se propuso concentrar en Cataluña una porción de su “Unión de Armas”, 40 mil hombres más precisamente, para atacar Francia por el sur; una decisión que ocasionó conflictos entre el ejército real y la población local a propósito del alojamiento y la manutención de las tropas. La Sublevación de Cataluña, como se conoció a esta revuelta local, solo agravó la situación, pues pronto le siguieron más estallidos secesionistas. Portugal, entonces bajo la corona española, Andalucía, Navarra, Aragón, Nápoles y Sicilia añadieron inestabilidad a la ecuación al repudiar a Felipe IV como su rey.

Remesas de America enviadas a España y Filipinas, 1591-1749
Fuente: Klein y Tepaske (Referencia Hamilton 1981, tabla 3, pp. 133).
Se puede ver una considerable caída durante la Guerra de los 30 años en Europa
Sin duda, la crisis de 1640 fue uno de los momentos más críticos para la monarquía hispánica, pues su propia existencia estaba en juego. Enfrentada a rebeliones simultáneas, guerras exteriores y al agotamiento fiscal, la corona optó por una política de contención, aunque con resultados mixtos. Por un lado, consiguió sofocar la rebelión catalana y frenar el expansionismo francés, pero perdiendo parte de Cataluña y otras posesiones fronterizas tras la firma con Francia de la llamada Paz de los Pirineos (1659); mientras que, por el otro lado, España igualmente consiguió reprimir las conspiraciones y revueltas en Andalucía, Navarra, Aragón, Nápoles y Sicilia, aunque perdiendo en el camino posesión de los Países Bajos en 1648 y, más adelante, de Portugal en 1668. El enredo de problemas fue desarticulado y la monarquía hispánica sobrevivió para contarlo; sin embargo, quedó patente la decadencia del Imperio Español liderado por los Austria, así como su hegemonía en Europa, llevándonos a preguntar, querido lector, ¿¡cuál fue la técnica de Felipe IV para conciliar el sueño en medio de tremendo torbellino!?
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