Un problema de perspectiva-Parte 1: El Gran Qianlong
- Compass.

- 11 sept
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 10 oct
Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

El emperador Qianlong con Armadura Ceremonial a Caballo, por Giuseppe Castiglione(1688–1766)
Eran años de cambios en el mundo y China no lo sabía. Hacía ya 30 años que la Primera Revolución Industrial había comenzado en Europa (1760), y los británicos habían ganado el título de pioneros en muchas de las innovaciones más importantes del siglo y que, a su vez, utilizaron en sus métodos de producción para adelantarse a otras naciones y convertirse en la principal superpotencia del mundo. Sin embargo, no podríamos culpar a China por no darse cuenta, sobre todo cuando el gran emperador chino Qianlong demostraba ser amo y señor de sus alrededores. Para la corte imperial de Beijing, el mundo aún giraba alrededor de la “nación del centro” (China).
Cuando el emperador Yongzheng falleció repentinamente en 1735, se leyó su testamento ante toda la corte imperial de la dinastía Qing. La última voluntad del difunto era clara, su cuarto hijo, el favorito, llamado Hongli, habría de ser su sucesor. Fue así que Hongli se convirtió en el nuevo emperador y decidió adoptar el nombre de la era "Qianlong", que significa "Eminencia Duradera". Para él su poder no estaba en duda y menos debía estarlo para los bárbaros extranjeros que rodeaban sus dominios; o al menos esa era la impresión que sus victorias militares le daban.
Qianlong dedicó gran parte de su reinado a distintos esfuerzos bélicos llamados las “Diez Grandes Campañas”. Tres campañas fueron para ampliar el área de control Qing en el interior de Asia: dos contra los dzungars (1755-1757) y una para apropiarse de la región de Xinjiang (1758-1759). Las siete restantes respondieron más a operaciones de control en fronteras ya definidas: dos guerras para reprimir a los tibetanos, otra para reprimir a los aborígenes taiwaneses (1787-1788) y cuatro expediciones al extranjero contra los birmanos (1765-1769), los vietnamitas (1788-1789) y los gurkhas en la frontera entre el Tíbet y Nepal (1790-1792), contando esta última como dos campañas distintas.
Bajo su reinado, Qianlong ganó el temor y respeto de sus súbditos. Era un excelente líder militar, pero también uno despiadado. Aún se recuerda como, tras derrotar al Kanato de Dzungar e incorporar a la lejana región de Xinjiang al Imperio Qing, ordenó el terrible genocidio dzungar. El genocidio fue perpetrado por generales manchúes del ejército Qing, apoyados por los habitantes turcos de los oasis (ahora conocidos como uigures) que aprovecharon la situación para rebelarse contra el dominio del extinto kanato. El Kanato de Dzungar fue una confederación de varias tribus mongoles oirat que surgió a principios del siglo XVII y el último gran imperio nómada de Asia. Se estima que cerca del 80% de la población de Dzungaria murió, y el terrible vacío que aquello dejó (entre 500,000 y 800,000 personas) fue colmado con población han, hui, uigur y sibe.
A su vez, el emperador Qianlong envió ejércitos al Tíbet y estableció firmemente al Dalái Lama como gobernante del lugar, asignándole un residente y una guarnición Qing para preservar la presencia imperial. Incluso, la “Eminencia duradera” de Qianlong se hacía sentir en Afganistán, donde China estuvo cerca de entrar en guerra con el emir afgano Ahmad Shah Durrani en 1762. Solo el espléndido regalo de cuatro caballos afganos consiguió aplacar el deseo expansionista imperial.
En cuanto a los rebeldes taiwaneses, éstos fueron reprimidos en 1788. Mientras que la resistencia nepalesa resultó más difícil de roer, ya que Nepal persistió como nación independiente y sólo se le pudo obligar a pagar tributo cada cinco años. Una victoria parcial similar a la obtenida en Vietnam, donde los Qing reconocieron a Nguyễn Huệ como gobernante legítimo de Vietnam, a cambio de que aceptara entrar al sistema tributario Qing, lo que significaba enviar embajadas periódicas con tributo y recibir títulos honoríficos de Beijing.
Para la población china, el esplendor de su emperador era incuestionable. Incluso se reflejaba más allá del campo de batalla, ya que Qianlong era un apasionado de la cultura y un gran promotor de las artes. Qianlong, al igual que sus predecesores, asumió con seriedad su papel cultural. Por un lado, trabajó por preservar la herencia manchú, a la que consideraba la base del carácter moral de los manchúes y, por lo tanto, del poder de su dinastía; para tal fin, ordenó la compilación de genealogías, historias y manuales rituales en lengua manchú. Por otro lado, fue un gran constructor y mecenas de las humanidades. En cuestión de arquitectura, aún se puede apreciar su réplica del Palacio Potala tibetano, bajo la figura del Templo Putuo Zongcheng, en los terrenos del palacio imperial de verano en Chengde. Mientras que, en cuestión de literatura, uno de sus proyectos más ambiciosos fue reunir a un equipo de eruditos para compilar, editar e imprimir la mayor colección jamás realizada de filosofía, historia y literatura chinas. Se le conoce como la Biblioteca Completa de los Cuatro Tesoros (Siku Quanshu - 四庫全書), fue publicada en 36,000 volúmenes, con unas 3,450 obras completas, y empleó hasta 15,000 copistas. Ahora bien, en cuestión de arte el emperador tampoco escatimó. Qianlong abrió las puertas de su corte al pintor y misionero jesuita italiano Giuseppe Castiglione, quien pasó a la posteridad como el artista occidental más famoso de entre todos los extranjeros que trabajaron en China. Castiglione fue capaz de fusionar técnica occidental y china para crear un lenguaje visual híbrido que integrara el realismo y la perspectiva occidental con la sutileza estética de la tradición china.

Templo Putuo Zongcheng

El emperador Qianlong con vestimenta de corte. Giuseppe Castiglione

Las altas montañas ofrecen espléndidos políporos, 1723-35, de Lang Shining (郎世宁) Giuseppe Castiglione

Langshining mao. Giuseppe Castiglione
Desde la perspectiva china, “La nación del centro”, como hacían llamar a su país, genuinamente lo parecía y su actitud hacia los comerciantes extranjeros reflejaba esta convicción. Para la corte imperial de los Qing era el mundo exterior el que acudía a comerciar con China, y era el emperador el que le hacía el “favor” de acceder a su civilización confuciana, aunque con cierta cautela. En 1757, el emperador Qianlong confinó todo el comercio marítimo extranjero a Guangzhou, en la provincia de Cantón (Guangdong), y a los súbditos chinos se les prohibió enseñar el idioma chino a los extranjeros; es más, a los comerciantes europeos se les vetó introducir mujeres en China. Qianlong, quien, como ves, gobernó la dinastía Qing en su apogeo, desconfiaba de los cambios que un acceso extranjero sin restricciones podía provocar en la sociedad china. Sin embargo, los británicos disfrutaban del auge industrial del momento, fruto de la Primera Revolución Industrial, y estaban ávidos por colocar sus excedentes en el mercado chino. Es por ello que decidieron recurrir a un esfuerzo diplomático para ampliar las concesiones imperiales que Beijing les había conferido; y el hombre a cargo de esta misión fue el conde George Macartney. Macartney no era consciente de la odisea en la que estaba por embarcarse ni en la encrucijada en que estaría envuelto…
Esta fue una primera entrega del especial “Un problema de perspectiva”, donde abordaremos las visiones enfrentadas entre el Imperio de los Qing y el pujante Imperio Británico durante el siglo XVIII. Una colisión de perspectivas que puso al conde y diplomático George Macartney en aprietos. Descubre la segunda parte próximamente…
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