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Un problema de perspectiva - Parte 2: Revolución e Imperio

Actualizado: 10 oct

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea



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Primera Revolución Industrial en Gran Bretaña (Representación por anónimo)



Hacia el año 1793, el objetivo de Gran Bretaña era ampliar las concesiones imperiales que Beijing le había conferido; y el hombre a cargo de esta misión fue el conde George Macartney. Macartney no era consciente de la odisea en la que estaba por embarcarse ni de la encrucijada en la que estaría envuelto. Por un lado, China se visualizaba como el centro del mundo al que el resto de las naciones acudían para comerciar, y era el emperador el que les hacía el “favor” de acceder a su civilización confuciana, aunque con cierta cautela. Sin embargo, por otro lado, el poderío regional que había adquirido el emperador chino Qianlong le había nublado su criterio. En realidad, el mundo estaba en transformación; Gran Bretaña se perfilaba como la nueva hegemonía y los británicos así lo percibían.

 


Antes de 1750, Gran Bretaña era una sociedad agrícola y la agricultura representaba su principal actividad económica. De hecho, cerca del 80% de la población vivía y trabajaba en el campo, cultivando y cuidando del ganado. En cuanto a la manufactura, ésta era pequeña y focalizada. Es más, las herramientas utilizadas en la fabricación de la mayoría de los bienes eran básicas y estaban impulsadas por personas, animales o ruedas hidráulicas que aprovechaban la fuerza de los ríos.



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Campo británico (Representación por anónimo)



Ahora bien, al mismo tiempo, Gran Bretaña fue escenario de un movimiento intelectual importante conocido como la Ilustración escocesa (s.XVIII – s.XIX). Este movimiento se caracterizó por su confianza en la razón y su énfasis en el progreso económico, resaltando el filósofo y economista Adam Smith como uno de los principales retractores del mercantilismo. Durante poco más de 300 años (s.XV al s.XVIII) la escuela dominante del pensamiento económico en Europa fue el mercantilismo el cual, en su forma más simple, consideraba a un país rico en función de la cantidad de metales preciosos (oro y plata) que poseía; por ello siempre promovía las exportaciones a cambio de metales preciosos y limitaba las importaciones, ya que éstas, al pagarse con oro y plata, mermaban los metales acumulados y “empobrecía” al país. El cambio de lógica vino con Adam Smith quien consideró que la riqueza de un país radicaba realmente en la libertad económica y en la capacidad productiva de su población; es decir, en su habilidad para crear bienes y servicios, así como comerciarlos e intercambiarlos. Sin la propagación del capitalismo clásico no podría haber surgido la Revolución Industrial, ya que precisamente el nuevo enfoque era “¿cómo producir más en menos tiempo?” La solución: energía, innovación en procesos y tecnología.



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Pensadores de la Ilustración Escocesa, friso pintado por William Hole

en el Gran Salón de la Galería Nacional Escocesa del Retrato en Edimburgo.


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Adam Smith, Anónimo



Las nuevas ideas pronto se aterrizaron y el entorno británico se transformó mediante una sinergia revolvente: el deseo de colocar más productos en el mercado requería de mayor productividad, la cual solo podía obtenerse mediante el aumento de fábricas con maquinaria especializada, ésta, a su vez, requería de energía de vapor para funcionar, la cual provenía principalmente del carbón. La aplicación de la energía de vapor estimuló la demanda de carbón y la demanda de maquinaria impulsó la industria siderúrgica. Por lo mismo, las industrias británicas que experimentaron primero la Revolución Industrial estaban vinculadas a la producción de hierro y carbón, aunque también a la de algodón y lana. La aplicación de la tecnología y el sistema fabril (maquinaria especializada y división del trabajo) crearon niveles de producción en masa y rentabilidad tales que permitieron a los fabricantes británicos exportar telas y otros artículos a bajo precio a todo el mundo.

 


Además de los grandes suministros de carbón con los que inyectó de energía a esta revolución productiva, Gran Bretaña también contó con un entorno económico favorable para sostenerla.  El aumento del comercio implicó la expansión de los servicios financieros en Inglaterra para apoyar y proteger dicho comercio. Desde el siglo XVI, Inglaterra venía reduciendo sus tasas de interés. Por ejemplo, el tipo de interés legal entre 1571 y 1624 fue del 10%; entre 1624 y 1651, del 8%; entre 1651 y 1714, del 6%, y desde entonces, del 5% hasta la abolición del límite en 1854. Lo que quiere decir que durante la Revolución Industrial existía una oferta de capital disponible a una tasa de interés baja; un escenario ideal para iniciar nuevos negocios, financiar experimentos y desarrollar nuevos inventos. Un contexto favorecedor que todo entorno revolucionario e innovador requiere para prosperar.

 


Además de la tecnología, las nuevas energías, las bajas tasas de interés y un pensamiento económico disruptivo, Gran Bretaña contaba con más elementos para volverse el primer país en experimentar la Primera Revolución Industrial. En primer lugar, contaba con marineros expertos, una armada fuerte y flotas de barcos mercantes que podían alcanzar mercados extranjeros. En segundo lugar, mientras que el absolutismo siguió predominando como forma de gobierno en la mayor parte de Europa, en el Reino Unido emergió un equilibrio de poder fundamentalmente diferente a consecuencia de las revoluciones de 1640 (Guerra Civil Inglesa) y 1688 (Revolución Gloriosa). El nuevo sistema institucional garantizó los derechos de propiedad y la seguridad política y, por lo tanto, apoyó el surgimiento de una clase media capaz de demandar bienes y servicios e impulsar el crecimiento económico a través del consumo. Finalmente, en tercer lugar, y no menos importante, otro factor clave que condujo al inicio de la Revolución Industrial en Gran Bretaña fue su poderío imperial.

 


Entre 1756 y 1763, Gran Bretaña participó en la llamada Guerra de los Siete Años; una serie de conflictos internacionales cuyos objetivos eran obtener el control sobre Silesia (región histórica de Europa Central), así como la supremacía en América del Norte y la India. Mientras Austria buscaba recuperar Silesia de manos de Prusia, territorio que había perdido durante la Guerra de Sucesión Austriaca (1740-1748), Gran Bretaña se alió a Federico II el Grande de Prusia y peleó en distintos frentes contra los aliados de Austria, principalmente Francia.

 


Entre 1758 y 1760, los británicos lanzaron una campaña para conquistar el Canadá francés, tomando Quebec en 1759 y Montreal al año siguiente. Aquello puso fin, en gran medida, a los combates en Norteamérica, aunque no así al choque franco-británico en India. Tanto Gran Bretaña como Francia tenían importantes posesiones coloniales en la India y llevaban años luchando por la supremacía, incluso recibieron el apoyo de algunos Estados principescos indios, fragmentando a la India en facciones pro-británicas y pro-francesas. La guerra comenzó en el sur de la India, pero se extendió a Bengala, donde las fuerzas británicas, bajo el mando de Robert Clive, recuperaron Calcuta del Nawab Siraj ud-Daulah, un aliado indio de los franceses, y lo expulsaron de su trono en la batalla de Plassey en 1757. Las sucesivas victorias británicas fueron reduciendo la presencia de Francia, hasta que la capital francesa en la India, Pondicherry, cayó en 1761; eliminando de facto el poder francés en el subcontinente indio. De acuerdo con el Tratado de París (1763), Francia cedió sus posesiones canadienses a Gran Bretaña, junto con sus reclamaciones sobre territorios al este del río Misisipi. Asimismo, el tratado estableció que Francia recuperaba algunos enclaves en la India, tales como, Pondicherry, Karikal, Mahé y Chandernagore. Sin embargo, se les prohibió fortificarlos o mantener guarniciones militares, y Francia reconoció a los príncipes aliados de los británicos como gobernantes de estados indios clave. El tratado no “cedió” oficialmente la India a Gran Bretaña, pero sí consagró la desigualdad de poder en favor de los británicos. El Tratado de París de 1763, puso fin formalmente a la Guerra de los Siete Años y marcó el comienzo de una era de dominio británico fuera de Europa, haciendo realidad la famosa frase del Conde y diplomático George Macartney:

 

“[…] este vasto imperio, en el que el sol nunca se pone,

sus límites la naturaleza aún no los ha determinado.”

George Macartney (1773)

 

Una frase que nos refleja la concepción nacional que Macartney tenía y desde la cual se relacionaría con el Gran Qianlong, el emperador de China…

 


Esta fue la segunda entrega del especial “Un problema de perspectiva”, donde abordamos las visiones enfrentadas entre el Imperio de los Qing y el pujante Imperio Británico durante el siglo XVIII. Una colisión de perspectivas que puso al cónde y diplomático George Macartney en aprietos. Descubre la tercera y última entrega de este especial próximamente…

 


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Fuentes:

Oxford big ideas. Humanities and Social Sciences 9. Chapter 8: The Industrial Revolution

 

Economic Schools of Thought Explained | Dr Eamonn Butler | IEA Explained

 

Usury Act 1660

 

English Usury Law and its abolition

 

Seven Years’ War

 

The Treaty of Paris (1763)


Imágenes:

 

 

 

 

 

 

 
 
 

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