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Un problema de perspectiva - Parte 3: La misión de Macartney

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea



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George Macartney, primer conde Macartney por Lemuel Francis Abbott (1785)


Hacia el año 1793, el objetivo de Gran Bretaña era ampliar las concesiones imperiales que Beijing le había conferido; y el hombre a cargo de esta misión fue el conde George Macartney. Macartney no era consciente de la odisea en la que estaba por embarcarse ni en la encrucijada en que estaría envuelto. Por un lado, China se visualizaba como el centro del mundo al que el resto de las naciones acudían para comerciar, y era el emperador el que les hacía el “favor” de acceder a su civilización confuciana, aunque con cierta cautela. Sin embargo, por otro lado, el poderío regional que había adquirido el emperador chino Qianlong le había nublado su criterio. En realidad, el mundo estaba en transformación; Gran Bretaña se perfilaba como la nueva hegemonía y los británicos así lo percibían.


 

La Primera Revolución Industrial amplió la capacidad productiva de Gran Bretaña y aceleró la apertura de nuevos mercados.  No obstante, China, con una población de alrededor de 300 millones de personas, aún confinaba el intercambio con el extranjero a Guangzhou, en la provincia de Cantón (Guangdong), y el emperador Qianlong no cedía ni un centímetro más a las ambiciones europeas. Fue así que, en 1791, el alto funcionario de la Compañía Británica de las Indias Orientales, Henry Dundas, sugirió a su amigo, el primer ministro británico William Pitt, que se enviara a China una embajada liderada por el diplomático George Macartney, quien era reconocido por sus habilidades de negociación tras haber sellado una alianza con Catalina la Grande de Rusia en 1764. Ahora bien, no era Pitt a quien debían de convencer sino al propio Macartney, quien solo aceptó a cambio del título de Conde y a la libertad de elegir a su equipo de embajada. Parecía no haber un hombre más indicado para abrir el potencial mercado chino, así que el gobierno accedió.


 

Acto seguido, Macartney eligió a su amigo Sir George Staunton, como su mano derecha, y entre los 100 miembros de la comitiva incluyó a cuatro sacerdotes católicos chinos como intérpretes, resaltando Paolo Cho (周保羅) y Jacobus Li (李雅各). El equipo se completó a tiempo para intentar cumplir con los objetivos que Henry Dundas confió a Macartney antes de partir: uno, obtener una pequeña isla en la costa china desde la que los comerciantes británicos pudieran operar bajo jurisdicción británica; dos, establecer una embajada permanente en Beijing para crear una línea de comunicación directa entre los dos gobiernos; tres, reunir información sobre el gobierno y la sociedad chinos, de los que se sabía poco en Europa en aquel momento; y cuatro, pero sumamente importante, negociar una relajación del Sistema de Cantón, de manera que los comerciantes británicos pudieran operar en más puertos y mercados. A grosso modo, bajo el Sistema de Cantón los comerciantes extranjeros tenían prohibido adentrarse en China más allá del puerto de Cantón, debían de limitarse a vivir en residencias temporales conocidas como factories, y solo podían comerciar a través de empresas comerciales chinas designadas, conocidas como Cohong (公行), y que operaban bajo estricta supervisión por parte de los funcionarios de la dinastía Qing.  Así es, había que reducir la desconfianza que Qianlong sentía hacía los extranjeros para abrir el mercado millonario chino.



La delegación partió de Portsmouth a bordo de tres barcos el 26 de septiembre de 1792. Pero ya el inicio auguraba dificultades, pues una tormenta golpeó las naves haciendo desaparecer a una antes de cruzar el Atlántico. Afortunadamente, los regalos que debían entregarse al emperador Qianlong sobrevivieron y los dos barcos restantes pudieron continuar en dirección al sur. La escuadra llegó a Madeira a principios de octubre, a las Canarias a finales del mismo mes y a Cabo Verde el 1 de noviembre. Los vientos alisos los obligaron a desviarse y llegar a Rio de Janeiro, desde donde volvieron a partir el 17 de diciembre para, finalmente, cruzar el Cabo de Buena Esperanza (sur de África) el 7 de enero de 1793. Habían alcanzado la mitad del viaje y llegar al sur de África pareció una travesía en sí misma, pues tuvieron que superar tormentas, la pérdida de una nave y vientos tropicales que los desviaron del camino. Realmente, el nombre de Cabo de Buena Esperanza adquirió sentido para la tripulación.


 

Pronto llegaron al Océano Índico. Pasaron por la isla de Java en febrero de 1793, llegaron a Yakarta el 6 de marzo y tocaron tierra china, en Macao, el 19 de junio del mismo año. Lo habían logrado. China se desplegaba ante sus ojos. Para este punto, Macartney decidió evitar a toda costa Guangzhou, pues de llegar allí serían interceptados por los Cohong y las autoridades Qing, y éstos evitarían su paso al interior de China. Fue así que el plan de la embajada se volvió continuar por mar hasta Tianjin, el puerto principal más cercano a Beijing. Con la excusa de haber recorrido una gran distancia y correr el riesgo de retrasarse aún más si los obligaban a atracar en Guangzhou, la tripulación consiguió el permiso del emperador para ser escoltados a Tianjin; allí, un alto funcionario los recibió, y al ver los regalos que tenían para el Gran Qianlong pidió que fueran entregados de acuerdo a protocolo, es decir, ponerlos “a los pies” del emperador. Eureka. Macartney había conseguido una excusa para tener una audiencia imperial.


 

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El antiguo palacio de verano



Macartney y su equipo llegaron a Beijing el 21 de agosto. Fueron escoltados a una residencia al norte de la ciudad y, en el Antiguo Palacio de Verano, en el salón del trono, se resguardaron los regalos que llevaban al emperador. Entre telescopios, cristalería de gran calidad, un carruaje británico de lujo, maquinaria moderna y relojes musicales, destacaba como regalo un planetario tan complejo que tomaba ¡18 días montarlo! Sin duda, Macartney llevaba una exhibición de ciencia, lujo y tecnología, para mostrar lo mejor de la Gran Bretaña del siglo XVIII. Tras dejar el planetario y otros regalos en su lugar de resguardo, unos setenta miembros de la misión, incluido Macartney, cruzaron la Gran Muralla China en Gubeikou, donde fueron recibidos por disparos ceremoniales y varias compañías del ejército Qing. Los emperadores manchúes de la dinastía Qing tenían la costumbre de dirigir una expedición de caza al norte de la Gran Muralla, en Chengde, donde además solían también saludar a los dignatarios extranjeros, especialmente a los de Asia Central que eran estados vasallos; ya esto indicaba cómo veía Qianlong a la embajada de Macartney: ¡como vasallos que acudían a su presencia! Un problema de perspectiva estaba en marcha.


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 El emperador Qianlong cazando liebres, por Giuseppe Castiglione (1755)


Macartney creía que Gran Bretaña era ahora la nación más poderosa del mundo y es que ciertamente se perfilaba como tal; su poderío militar, su capacidad productiva y sus prometedores mercados financieros marcaban una tendencia difícil de contradecir, más aún cuando la libra esterlina comenzaba a desplazar al florín neerlandés como moneda de reserva mundial.


 

Cuando la moneda de un imperio se convierte en la moneda de reserva mundial, se obtiene el "privilegio exorbitante" de pedir dinero prestado más fácilmente en su propia moneda, lo que le permite financiar grandes gastos, como el gasto militar,

 con menos tensión interna…

Ray Dalio, El Cambio en el Orden Mundial (2021)

 

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 Rey Jorge III del Reino Unido, por Thomas Lawrence (1809)



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Emperador Qianlong de China, por Giuseppe Castiglione (1736)



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Campamento de Qianlong


Por lo tanto, para el enviado británico un punto de conflicto fue el estatus comparado de los dos soberanos, Jorge III (Gran Bretaña) y Qianlong (China). Su embajada ya había sido recibida como comitiva de un estado vasallo y, a lo largo de sus reuniones con funcionarios chinos, a Macartney se le instó repetidamente a realizar el kowtow (叩頭), un acto de profundo respeto en el que había de realizarse una reverencia lo suficientemente baja como para tocar el suelo con la cabeza. A Macartney aquello le resultaba excesivo y creía degradante que Gran Bretaña tuviera que pasar por el mismo ritual que un vasallo del emperador. De hecho, en algún momento, Macartney presentó una propuesta escrita donde sugería que un funcionario chino de igual rango hiciera lo mismo ante un retrato de Jorge III; esto con la idea de satisfacer la igualdad de estatus entre los monarcas. ¿Fue aceptada? Por supuesto que no. Su propuesta fue negada bajo el entendido de que aquella noción de igualdad recíproca era incompatible con la visión china del emperador como el Hijo del Cielo, quien no tenía igual.

 

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El kowtow (叩頭)


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La recepción, una caricatura de James Gillray sobre la recepción de

Lord Macartney ante el Emperador Qianlong (1792)


Sin ningún acuerdo a la vista y a pocos días de la ceremonia, Qianlong se puso cada vez más impaciente y consideró cancelar la reunión ¡por completo! Kilómetros recorridos y meses transcurridos estaban por ser lanzados a la borda, hasta que un mutuo entendimiento dio fin a la tensión: Macartney haría una genuflexión ante el emperador como lo haría ante su propio soberano, tocando el suelo con una rodilla, aunque sin el beso de manos habitual, ya que no era costumbre que nadie besara la mano del emperador.

 


Como yacían fuera de Beijing, el encuentro no se llevó a cabo en el palacio imperial, sino en la tienda imperial, una gran yurta amarilla que contenía una plataforma al centro y sobre la cual se erigía el trono del Gran Qianlong. Llegado el momento, Macartney entró en la tienda junto con George y Thomas Staunton, y su intérprete chino. Los demás esperaron afuera. Fue el embajador británico quien subió primero a la plataforma, se arrodilló una vez, intercambió regalos con el emperador y presentó la carta del rey Jorge III traducida al chino. Una vez intercambiados los regalos y la misiva, a los británicos les siguieron otros enviados de Asia Central y más tarde se celebró un banquete para concluir los actos del día, donde Macartney y sus cercanos se sentaron en la posición más prestigiosa, es decir, a la izquierda del mismísimo emperador.

 


Días después, los nervios por conocer el resultado del encuentro estaban a tope. Macartney y su embajada guardaban la esperanza de cumplir con los objetivos para los que fueron enviados. Sin embargo, una carta imperial proveniente de la corte Qing dejó a todos pasmados; el mensaje decía:

 

Nuestro Celestial Imperio posee todo en abundancia y no carece de productos dentro de sus fronteras. Por lo tanto, no hay necesidad de importar manufacturas de bárbaros extranjeros a cambio de nuestra propia producción.

 

—Emperador Qianlong, Segundo Edicto al Rey Jorge III de Gran Bretaña, 1792

 

 

Era claro, la suspicacia y desconfianza del emperador hacia los extranjeros no había disminuido. Es más, es probable que haya aumentado cuando el Gran Qianlong notó la superioridad militar de Gran Bretaña implicada en varios regalos: seis cañones de latón, una pistola de chispa con un mecanismo de disparo avanzado y una maqueta del barco HMS Royal Sovereign. 

 


Sí, la misión a primera vista pareció un fracaso, pues ninguno de los objetivos económicos deseados se consiguió; sin embargo, mientras el gigante asiático decidió encerrarse en sí mismo y no desarrollarse a la altura de las potencias europeas del momento, Macartney volvió a casa con un conocimiento del interior de China que nadie en Gran Bretaña poseía. Macartney había observado acertadamente que la estabilidad del imperio de los Qing era débil y que podría producirse una desintegración del poder de China, el cual comenzó a verse reflejado años más tarde bajo la forma de la afamada Primera Guerra del Opio (1839-1842).

 


Deslindarse del exterior e ignorar las oportunidades de desarrollo es comprometer el propio futuro a costa de la soberbia, y parece que la China actual está decidida a no cometer los mismos errores del pasado. ¿Cuál será el desenlace de la competencia actual entre Oriente y Occidente? Sin duda, nuevamente vivimos tiempos interesantes y de perspectivas contrastantes. Un contexto digno de un cambio de orden mundial, tal y como del que fue testigo George Macartney…

 


Con esto concluye el especial “Un problema de perspectiva”, donde analizamos las visiones enfrentadas entre el Imperio de los Qing y el pujante Imperio Británico durante el siglo XVIII. Una colisión de perspectivas que puso al conde y diplomático George Macartney en aprietos. Si deseas leer las entregas anteriores puedes acceder a ellas haciendo clic aquí:

 

 

 

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Fuentes:

Peyrefitte, Alain (2013). The Immobile Empire. Knopf Doubleday Publishing Group.


Imágenes:

 
 
 

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