Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea
Smugglers por George Morland (1763-1804)
Durante la Revolución Industrial, el comercio marítimo y la navegación eran esenciales para el crecimiento económico de Gran Bretaña. Sin embargo, pronto la pericia y la sagacidad de los contrabandistas infestaron su mar territorial, afectando la rentabilidad de los negocios marinos y dejando en ridículo a más de un puñado de funcionarios aduaneros. Fue entonces que la corona decidió adoptar una serie de leyes que pasaron a la historia como las Hovering Acts. Una lucha por evadir la ley había comenzado.
Las Hovering Acts principalmente establecieron regulaciones en torno a la construcción de barcos, su equipamiento y tripulación, pero más tarde fueron ampliamente conocidas por su premisa principal: detener las importaciones de bienes contrabandeados que sangraban el Tesoro Real. A medida que el libre comercio crecía y los barcos se volvían más rápidos y maniobrables, la ley fue sufriendo ajustes hasta alcanzar el temor de todo capitán: “fuego a discreción”. Las balas de cañón y de mosquetes oficiales podían volar por los aires e impactar en cualquier buque sospechoso de contrabando que se negara a detenerse para revisión.
Pero como con la mayoría de los desafíos a la naturaleza humana, donde hay una voluntad, hay un camino, y la invención se convirtió en un atributo y talento clave de las organizaciones de contrabandistas, resaltando entre ellas la Seasalter Company, que trataba las multas y la destrucción de sus buques como: “simples gajes del oficio”. De hecho, consideraban que la esperanza de vida de uno de sus buques de contrabando era buena si conseguía durar 10 o más misiones en cubierto. Dentro de esta organización había abogados, alguaciles, clérigos, mareógrafos y costeros que ayudaban a mantener la secrecía y la discreción de la “compañía” como recurrentemente se referían a ella. La Seasalter Company fue tan efectiva en su tiempo que por lo mismo se encuentran pocos registros de su existencia; de hecho, fue gracias a una referencia del historiador Wallace Harvey que su nombre trascendió las arenas del tiempo.
La “compañía” conocía íntimamente sus zonas de influencia y cómo navegarlas. En cuanto a desembarcar y llevar un envío a Canterbury o Londres, procedían a usar una red de granjas y edificios que les permitían advertir sobre los movimientos de las autoridades antes de que un destacamento llegara a los puntos de entrega. De hecho, también aprovechaban la geografía de los alrededores a su favor. Un envío de varios cientos de ankers de ron podía desaparecer fácilmente durante unos días o semanas en los pantanos de Blean Woods y Graveney.
Sin embargo, no todos los contrabandistas contaron con el mismo nivel de sofisticación. Las Hovering Acts, ciertamente dificultaron las operaciones de muchas organizaciones criminales, y las sanciones fueron severas para muchas de ellas, la mayoría enfrentando la muerte con recurrencia. Al final, la moraleja era simple: no flotes en el mar a menos que tengas un plan de escape.
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