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El reino perdido de Kroraina

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

Imagen 1. Un retrato de Hermes (textil helénico encontrado en la antigua Ruta de la Seda) /

Imagen 2. Arqueólogo Aurel Stein (1909)


En 1901, el arqueólogo británico Aurel Stein se encontraba trabajando en campo cuando de pronto su camellero le mostró dos pedazos de madera que un pueblerino quería venderle. Stein no lo podía creer, en sus manos yacían dos piezas con más de un milenio de antigüedad, se trataban de escritos en Karosti, un sistema para escribir el sánscrito y otras lenguas antiguas de la India; la sorpresa: Stein se encontraba en China.



Aurel Stein había dedicado gran parte de su carrera como arqueólogo a encontrar el reino perdido de Kroraina (200-400 d.C), un antiguo pueblo del desierto de Taklamakán que habitó en torno a un importante oasis por donde pasaba la antigua Ruta de la Seda. Los habitantes de Kroraina hablaban una lengua extinta de la que no se posee escrito alguno. De hecho, la única razón por la que sabemos de ellos se debe a textos chinos de tiempos de la dinastía Han (206-220 d.C) y por la llegada de inmigrantes del noroeste de la India que escribían en Karosti, lo que vuelve a este sistema la clave para descifrar la historia perdida de la civilización Kroraina.



Se estima que alrededor del siglo III d.C los inmigrantes de la antigua India fueron llegando en pequeñas oleadas de 100 personas o menos, se casaron con krorainos, les presentaron su escritura, obtuvieron un empleo como escribas y les enseñaron a los funcionarios locales a hacer documentos de madera. No obstante, algo que fascinaba a Stein era pensar cómo es que cientos, quizás miles de personas a lo largo del tiempo, viajaron 1600 km del norte de India, pasando por Afganistán y Pakistán, y cruzaron por algunas de las montañas más altas del planeta ubicadas en la cordillera del Karakórum; tan solo la montaña Nanga Parbat es una de las montañas de más rápido crecimiento sobre la faz de la tierra, aumentando 7mm año con año. Stein no podía solo creerlo, debía vivirlo.


Imagen 1. Montañas del Pamir Knot / Imagen 2. Equipo expedicionario de Aurel Stein / Imagen 3. Escritura Karosti (pieza clave para encontrar el reino perdido de Kroraina)

En su incontenible deseo por descubrir lo que en la academia parecía solo un mito, Stein viajó de Gran Bretaña a India en el año de 1901. Una vez en el subcontinente indio, decidió iniciar su peligrosa travesía en la región de Cachemira, al norte de la India. Desde allí cruzó una región con montañas de más de 7.6 km de altura, el Pamir Knot. El camino no fue nada fácil, Stein y su grupo tuvieron que andar por senderos traicioneros que atravesaban escarpados desfiladeros y que los ponían al borde de caer cientos de metros hacia ríos gélidos y torrentosos. La única solución fue avanzar poco a poco a lo largo de las paredes de los acantilados, usando soportes hechos por el hombre, llamados rafiks, que consisten en inestables ramas y losas de roca clavadas en las paredes de cada montaña; evidentemente cargando con ellos kilos extras pues ningún animal podía sortear un sendero como ese.

El frío y la nieve cada día complicaban más la expedición, lo que orilló a Stein a decidirse por esperar al verano; solo entonces, él y su equipo pudieron cruzar la cordillera del Pamir y seguir a las orillas del río Indo, el cual pronto los condujo al río Gilgit. Por los caminos cercanos a este último río, el entusiasmado arqueólogo británico pudo ver antiguos dibujos e inscripciones grabados en roca, muchos de ellos mostrando imágenes budistas y mensajes escritos en dos sistemas índicos: Brahmi y Karosti. Era correcto, Stein estaba siguiendo el mismo camino de los antiguos inmigrantes indios hacia el reino perdido de Kroraina.

El río Gilgit finalmente los dirigió al valle del río Hunza, abriéndose ante sus ojos distintas rutas para cruzar la frontera con China y poder adentrarse en la inhóspita región de Xinjiang, la región china más cercana a Asia Central y la más alejada de Beijing. En Xinjiang, Stein y sus hombres montaron a camello y fueron al extremo sur del gran desierto de Taklamakán, el supuesto hogar del reino desaparecido. Allí visitó la ciudad oasis de Keriya donde un hombre viejo, con facciones orientales y de nombre Abdullah, juraba haber visto ruinas antiguas en el desierto. Por fin la teoría parecía reflejarse en la realidad. Más tarde por el camino, el camellero de Stein conoció a un joven aldeano llamado Ibrahim que trató de venderle dos tablillas de madera con escritos en Karosti; para ese momento las pruebas ya eran innegables, Stein estaba a pocos kilometros de hacer uno de los hallazgos más importantes del siglo XX.


Stein inmediatamente contrató a Ibrahim para que los guiara a él y a todo su equipo. Siguieron el cauce seco del río Niya y al iniciar sus excavaciones fueron removiendo capas de arena develando centimetro a centimetro un siglo a la vez, hasta que de pronto el tiempo se detuvo y toda esperanza acumulada durante el viaje estalló en alegría ¡lo habían encontrado! Cientos de casas de madera fueron resurgiendo de la pesada obscuridad acumulada durante años, una estupa budista confirmaba las creencias de aquel pueblo milenario y varios grabados de animales míticos, algunos en forma de dragón, dieron una pista de su mágico imaginario. Pero esto era tan solo la frontera sur del reino perdido de Kroraina, su capital, la antigua ciudad de Loulan, se encontraba más al norte, junto a los lagos salados de Lop Nor.


Imagen 1. Ruinas de Kroraina / Imagen 2. Fragmento de seda con imaginario kroraino /

Mapa 1. China y región de Xinjiang / Mapa 2. Extensión del reino de Kroraina en rojo.

Viajando nuevamente en camello, cruzaron varios kilómetros infernales hasta que el brillo de una antigua moneda china de la dinastía Han les dio la señal que esperaban. Al excavar por segunda ocasión, la olvidada Loulan se iba revelando ante sus ojos, y a la moneda que les había marcado el lugar le siguieron muchas más; muy probablemente arrojadas como rastro de las caravanas que por allí solían pasar. Pero además de casas de madera y de una estupa budista que demostraba la consistencia cultural dentro de las fronteras del reino de Kroraina, el descubrimiento culmen de Stein fueron momias naturales preservadas por la sequedad del lugar. Como muchas culturas, los krorainos enterraban a los muertos con sus pertenencias esperando que las pudieran usar en el más allá, lo que permitió allar a algunas momias vestidas con finas prendas de algodón occidental y seda oriental, una prueba tangible de conexiones entre civilizaciones gracias a la antigua Ruta de la Seda.

Después de ello Stein viajó varias ocasiones más al desierto de Taklamakán, hasta que un día las autoridades chinas le prohibieron seguir sacando piezas arqueológicas del país. Fue entonces cuando el arqueólogo británico le escribió a su amigo Percy Stafford Allen contándole su gran paradoja: "Me despedí por última vez de mi sitio antiguo favorito donde podía vivir más que en cualquier otro lugar, siempre en contacto con un pasado muerto".

Y para ti, ¿qué lugar te hace sentir vivo gracias a un buen recuerdo añejado por el tiempo? ¿cuántas excavaciones haces en tu memoria para encontrar el signifcado profundo que te hace disfrutar de aquel lugar?

Imagen 1. Momia de Kroraina / Imagen 2. Sombrero de fieltro y plumas de Kroraina /

Imagen 3. Ruinas de Kroraina



 


Aprende más:
Fuentes:
  • Hansen, V. The Silk Road-A new history, Oxford University Press, 2015. pp.25-38 Imágenes:


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