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La Cuestión Oriental

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Sangrado del Imperio Otomano. Grabado alegórico contemporáneo relacionado con la firma del Tratado de Küçük Kaynarca en 1774, que resultó en la amputación de territorios al Imperio.

Por M.M. Alexandrescu-Dersca Bulgaru

 

Entre nacionalismos, guerra y crisis económica, el Imperio Otomano vivió una agonía larga y dolorosa que se extendió del siglo XVIII hasta inicios del XX. Su desaparición era una verdad cantada, pero los intereses de potencias europeas en los Balcanes y Medio Oriente hicieron que el ocaso otomano se retrasara lo más posible. En un constante pendular por sacarle el mayor provecho a la crisis que tenía el “enfermo de Europa”, pero también conservarlo para frenar el amenazante expansionismo de Rusia, distintos gigantes, como Francia y Gran Bretaña, hicieron de ésta peculiar cuestión oriental un tema de seguridad nacional.



Ciertamente, los problemas al este del Mediterráneo surgieron cuando la marea otomana sobre Europa Central comenzó a retroceder. El fallido segundo sitio otomano de Viena en 1683 fue la última amenaza turca importante para el continente europeo, después de ello la situación cambió. En 1699, los Habsburgo tomaron el control de Hungría, y Rusia obtuvo parte de Ucrania, ambos territorios con anterior influencia otomana. Pero no fue sino hasta 1774 que entraron en juego los elementos reales que hicieron colisionar las voluntades europeas en aquella parte del mundo; en aquel año, Rusia derrotó al Imperio Otomano en la guerra ruso-turca de 1768 a 1774, y tras la firma del tratado de Kuchuk Kainarji, la escena balcánica cambió para siempre. De pronto, los barcos mercantes rusos obtuvieron el derecho de navegar por el Mar Negro, el Bósforo y los Dardanelos; Rusia se convirtió en protectora de los cristianos ortodoxos del Imperio Otomano, con derechos especiales sobre Valaquia y Moldavia; y el zar obtuvo el derecho de nombrar agentes consulares dentro del territorio otomano. Estas consecuencias pusieron en marcha una competencia entre las grandes potencias europeas por ganar influencia en el Imperio Otomano y evitar que los rusos se tragaran porciones de un imperio decadente.



Durante todo el siglo XIX, cuando las conversaciones diplomáticas y aristocráticas tendían hacia el devenir de los Balcanes, un imperio resaltaba como el principal rival de Rusia: Gran Bretaña. De 1815 a 1878, los británicos apoyaron a los otomanos de manera intermitente pero también muy eficaz, y es que de no hacerlo sus intereses se ponían en juego. Por un lado, el deseo ruso de salir al mar Mediterráneo podía llegar a bloquear algunas rutas de navegación a la India, como el Canal de Suez, en Egipto. Mientras que, por el otro, los inversionistas londinenses exigían la protección de las libras invertidas en líneas de ferrocarril y bonos otomanos, lo que obligó al gobierno británico a prolongar la vida de la “gallina otomana” hasta que diera los huevos de oro prometidos.



Pero en esta “Cuestión Oriental”, o, dicho de otro modo, en la inestabilidad regional ocasionada por la decadencia otomana y la competencia europea por aprovecharla, surgió también otro gran actor: Francia. Los franceses, como los británicos, tenían intereses balcánicos tanto políticos como económicos. Desde el siglo XVII habían disfrutado de unos derechos comerciales envidiables con los otomanos, de hecho, el puerto de Marsella dependía en gran medida del comercio con el Mediterráneo oriental, por lo que una salida rusa a este mar tampoco era deseable; y viéndolo en términos de inversión, los inversionistas franceses también desempeñaron un papel fundamental en el papel que jugó su país. Cuando el Imperio Otomano quedó en banca rota, los franceses que poseían bonos otomanos exigieron la intervención de Francia en la situación, logrando que, junto con Gran Bretaña y Alemania, se conformara la Administración de la Deuda Pública Otomana, un organismo que no dudaba en reprochar cada lira turca que el sultán otomano desviaba del pago de la deuda.



Antigua sede de la Administración de la Deuda Pública Otomana en Estambul



La crisis política y económica del Imperio Otomano, la rivalidad internacional y los intereses entremezclados de comerciantes e inversionistas europeos, desencadenaron un esfuerzo de 100 años por sacar todo el rendimiento que los sultanes otomanos habían prometido a la inversión extranjera antes de su inminente caída.



Y tú, ¿qué otras causas de intervención extranjera conoces? ¿el dinero será una razón suficiente?



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