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La reina que desafió a Roma

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Recreación de Septimia Bathzabbai Zainib (Zenobia)


Dotada de una astucia política envidiable y de una capacidad de persuasión excepcional, Septimia Bathzabbai Zainib, mejor conocida como Zenobia, fue la segunda mujer del príncipe Septimo Odenato y reina del desafiante Imperio de Palmira; un antiguo Estado de Medio Oriente que puso en jaque a persas y romanos por igual, extendiendo sus dominios desde las nevadas colinas de Anatolia hasta las caudalosas aguas egipcias del río Nilo.



Incorporada a Roma a mediados del siglo I d.C., Palmira se convirtió en una floreciente ciudad enriquecida por el comercio que discurría a lo largo de la antigua Ruta de la Seda, siendo un punto de llegada y partida para miles de caravanas que se aventuraban en odiseas sin un retorno asegurado. La fama de esta ciudad fue tal que el mundo antiguo incluso llegó a conocerla como “La perla del desierto”; sus magnificas construcciones como la muralla exterior, el templo de Bel, incluyendo las columnas corintias de sus avenidas cautivaban a todo extranjero y su mezcla cultural árabe-romana forjó una identidad única encarnada por personalidades tan legendarias como Zenobia y Odenato.



Ahora bien, durante sus primeros años de matrimonio Zenobia y Odenato se vieron en grabes apuros. Aún entonces como vasallos de Roma y situados en la frontera oriental, tuvieron que hacer frente a las incursiones violentas de los persas, quienes envalentonados por la captura y ejecución del emperador romano Valeriano (r. 253-260) pudieron hacerse de varias ciudades estratégicas como Edesa en la actual frontera sur de Turquía y demás zonas de Medio Oriente. En consecuencia, Odenato encabezó una reacción contra los persas bajo el beneplácito del nuevo emperador romano llamado Galieno; una campaña que, además de lograr la retirada enemiga, despertó las profundas ambiciones del monarca palmireno: librarse de Roma y dominar todo el Oriente conocido desde su opulenta capital.



No obstante, las ambiciones de Odenato se vieron frustradas por una intriga palaciega en el 267 d.C. Al regreso de una campaña militar, su envidioso sobrino Meonio lo asesinó junto con su primogénito, fruto de un matrimonio previó a Zenobia. Ante el eminente vacío de poder, la astuta reina tomó acción de inmediato nombrando a su hijo de un año como rey y a ella como regente, lo que le permitió ordenar la ejecución de Meonio y cumplir finalmente el sueño de su difunto esposo al dar por terminada la sumisión romana de Palmira.



Con su inteligencia política y los servicios de su consejero Longino, un filósofo y sofista griego, Zenobia fue dejando claro que su reino era totalmente independiente de Roma, mantuvo a los persas fuera de sus dominios e incluso se atrevió a conquistar Egipto bajo el supuesto de ser heredera de Cleopatra y la antigua dinastía ptolemaica. En pocas palabras, la reina palmirena supo aprovechar el momento de debilidad que atravesaba el Imperio Romano en el siglo III d.C., cuando éste se encontraba bajo fuertes tensiones territoriales y los emperadores no duraban mucho en el poder; un tiempo en que pudo rechazar con contundencia los ejércitos de Galieno y posteriormente recibir de su sucesor, Claudio II Gótico, el reconocimiento de Palmira como un Imperio soberano. Sin embargo, aquel momento de éxito rotundo llegó a su fin cuando un temible adversario apareció en escena: Aureliano, un experimentado general romano proclamado por sus tropas como nuevo emperador de Roma en el 270 d.C.



A pesar de lo corto de su reinado, Aureliano logró, en menos de cuatro años, dar fin a las guerras de su antecesor venciendo a los alamanes, repeliendo a los bárbaros del norte de Italia, restaurando el dominio romano sobre la Galia y reincorporando las lejanas tierras de Britania e Hispania, para desde allí dirigir su mirada al imperio palmireno de Zenobia.



Marchando hacia el Oriente, con la determinación de restaurar el poderío de Roma, Aureliano fue uno a uno reapropiándose de los dominios que Zenobia había proclamado como suyos mientras el gigante del Mediterráneo dormía. Aunque esta campaña no fue del todo fácil para Roma, pues sus tropas debían no solo de cruzar el inhóspito desierto sirio, sino también repeler los ataques de guerrilla de los árabes de Palmira y resistir los estragos del hambre y la sed. Una vez frente a la “perla del desierto”, los romanos rodearon la ciudad. Sin aliados y sin escapatoria, la reina de Palmira decidió encerrarse tras los muros de su majestuosa capital y confiar en que los arqueros y su caballería personal pudieran repeler a las legiones septentrionales.


El Imperio de Palmira en amarillo bajo el control de Zenobia sobre el 271 d. C. /

El teatro antiguo Romano de Palmira, Siria.


Organizando adecuadamente el abastecimiento de sus tropas y recibiendo el refuerzo de Probo, su general de mayor confianza, Aureliano envistió contra Palmira. Zenobia, desesperada, intentó huir a lomo de dromedario hacia Persia, pero fue prontamente capturada y su legendaria ciudad sometida de nuevo al poderío de Roma. Tras esta garrafal derrota, la reina palmirena fue enjuiciada por Aureliano, donde se le reprochó su sublevación y los ataques que cometió contra Roma. Acorralada, Zenobia respondió con astucia explicando que los emperadores antes de Aureliano fueron indignos de su obediencia, adulando indirectamente a su juez, y culpando a Longino, su consejero, como el verdadero promotor de la política antirromana; un golpe bajo que lamentablemente le costó la vida al filósofo griego, pero que no evitó el destino de Zenobia: ser llevada presa a Roma.



Una vez en la Ciudad Eterna el destino de Zenobia es incierto para los historiadores. Algunos dicen que murió al poco tiempo de su llegada; otros, que su belleza cautivó a Aureliano y con ello logró obtener el perdón y un lujoso exilio en Tívoli como parte de la alta sociedad romana. No obstante, siendo verdad o simples conjeturas del pasado, lo cierto es que Zenobia será siempre recordada como la reina oriental que desafió a la poderosa Roma, digna de un espacio propio en las páginas de la Historia.



Y tú, ¿qué características consideras que permiten a alguien ganarse un espacio en la Historia? ¿cómo preferirías ser recordado?


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