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Samis: Entre Hielo y Espíritu

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

Aurora Boreal en Noruega


En el extremo más norte de Escandinavia, donde los inviernos desafían al tiempo y la obscuridad se convierte en un manto eterno, los Samis han tejido una existencia en equilibrio con su entorno. Este grupo étnico, esparcido entre Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, ha persistido a lo largo de los siglos como la comunidad indígena más antigua de Laponia. Su historia, enraizada en mitos, rituales y resistencia, narra una lucha por preservar sus tradiciones frente al avance de las épocas.

 

Los vikingos llamaron Lops a los Samis, dando origen al término “Laponia”, un vasto territorio donde el océano Ártico, el mar de Noruega y el mar de Barents enmarcan su geografía. Durante la Peste Negra de 1349, la disminución de la población noruega obligó a la monarquía a buscar nuevos colonos para reactivar la economía pesquera, una industria altamente rentable y jugosamente fiscalizable por las autoridades. Los Samis asumieron este rol, surgiendo así una dualidad económica entre los sjøsamene (Samis del mar), dedicados a la pesca, y los fjellsamene (Samis de las montañas), quienes mantuvieron su vínculo ancestral con el pastoreo de renos.


Pastor de renos sami con su hijo


Ubicación de Laponia


Antes de la llegada del cristianismo, los Samis vivían inmersos en un universo espiritual donde los noaidi (chamanes) mediaban entre los mundos terrenal y espiritual. Su herramienta esencial, el tambor chamánico, les permitía entrar en trance y buscar respuestas en los reinos invisibles. Decorados con símbolos místicos, estos tambores eran también utilizados para la adivinación mediante un puntero llamado vuorbi. Sin embargo, la conversión al cristianismo en el siglo XVIII, liderada por el luterano Thomas von Westen, marcó el ocaso de esta práctica: cientos de tambores fueron destruidos, actualmente quedando apenas unos 70 en museos europeos.

 

Ahora bien, la espiritualidad Sami no solo residía en el tambor, sino también en su conexión con Beiwe, la diosa de la primavera, la fertilidad y la cordura. Según las creencias, Beiwe cruzaba el cielo junto a su hija en un trineo hecho de huesos de reno, trayendo consigo la primavera que alimentaba a los renos y aliviaba a los deprimidos por la obscuridad del invierno. De hecho, los Samis sacrificaban animales blancos y untaban las puertas con mantequilla, un tributo para fortalecer el regreso de Beiwe y marcar el fin de la obscuridad invernal.


Familia sami en Noruega frente a su lavvu alrededor de 1900


Yoik, canto tradicional sami


A pesar de los cambios impuestos por la modernidad, los Samis mantienen vivos aspectos de su cultura. Por un lado, los yoik, sus cantos tradicionales, evocan la memoria colectiva del pueblo. Mientras que, por el otro, el lavvu, su tienda cónica parecida a los tipis de los nativos norteamericanos, sigue siendo un refugio para los pastores nómadas que guían a los renos por las vastas planicies árticas.

 

Su legado, encapsulado en sus cantos, rituales y estilo de vida, nos invita a reflexionar sobre la importancia de preservar las tradiciones ancestrales en un mundo que avanza sin detenerse.

 

Querido lector, si creía que en Noruega solo habían vikingos, esta es su señal. Permítanos ponerle color a cualquiera que sea su próximo destino de viaje y llevarlo más allá de lo que las “bonitas postales” muestran al turista común. Descubra cómo podemos hacerlo dando clic aquí.

 


 

 

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Fuentes:

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