Sudar a morir
- Compass.
- 12 jun
- 4 Min. de lectura
Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

Ilustración miniada de Chroniques de France ou de St Denis. Muestra al duque de Normandía enfermo, quizá, de sudor inglés antes de que ese mal fuera conocido.
Frecuentemente fatal y sumamente rara, una epidemia que provocaba sudoración excesiva se propagó por Inglaterra en tiempos de la Guerra de las 2 Rosas (1455-1487). En este conflicto de fines de la Edad Media, Enrique VII Tudor, descendiente de la familia beligerante de los Lancaster, reclamó el trono inglés oponiéndose al rey Ricardo III de los York. Algunos historiadores, como John Ashdown-Hill, han conjeturado la posibilidad de que Ricardo III cayera víctima de esta repentina enfermedad la noche anterior a la batalla de Bosworth Field (1485), lo que explicaría su noche de insomnio y su sed excesiva en la primera parte de la batalla. Bien realidad o mera suposición, el hecho es que, tras la muerte de Ricardo III en combate y la llegada triunfante de Enrique VII a Londres, la enfermedad se propagó por la capital inglesa causando sorpresa y horror.
La enfermedad del sudor apareció por primera vez en 1485. Pero esa no fue su última aparición, ya que reaparecía entre cada 10 y 25 años; de hecho, los informes indican brotes adicionales en 1508, 1517, 1528 y 1551. Lo que coincide con el periodo del afamado rey inglés Enrique VIII, la Reforma Protestante y el establecimiento de la iglesia anglicana. Se afirma que el brote de 1528 fue el peor de todos, pues se extendió por toda Inglaterra, excepto en el norte del país y Escocia. La tasa de mortalidad fue extremadamente alta, no por nada Enrique VIII decidió disolver la corte, abandonar Londres y cambiar de residencia constantemente para evitar cualquier posible brote entre sus sirvientes y allegados. Un registro de 1529 afirma que el rey huyó a toda prisa a una distancia de doce millas cuando una camarera enfermó.
El sudor anglicus o sudor inglés, como llamaron a este incómodo y mortal padecimiento, solía aparecer en verano y principios de otoño. Basados en reportes de médicos de época como Thomas Forestier y John Caius, esta enfermedad, a diferencia de muchas otras epidemias, no afectaba a niños pequeños ni a ancianos; es más, parecía afectar específicamente a miembros de las clases sociales más altas y a los ricos. Comenzaba de manera sorpresiva y abrupta. Los sintomas eran de lo más extraños: una sensación de aprensión, seguida de escalofríos intensos, mareos, dolor de cabeza y fuertes dolores en el cuello, hombros y extremidades. El agotamiento era insoportable y la fase de frío duraba de media a tres horas, hasta que comenzaba la fase de calor y sudoración intensa. En las etapas finales se producía o bien un agotamiento general y colapso o bien una necesidad irresistible de dormir, la cual Caius pensaba que era fatal si se permitía al paciente ceder a ella.

Enrique VIII de Inglaterra
La epidemia se propagó fuera de Inglaterra solo una vez, durante el brote de 1528, y fue transportada por barco a Alemania. Miles de alemanes murieron y posteriormente se extendió a Polonia, Escandinavia y partes de Rusia. Afortunadamente para Europa Occidental nunca llegó ni a Italia ni a Francia, pero sus causas continúan siendo un misterio. Algunos estudiosos del tema, de entonces y de ahora, han culpado a las aguas residuales, al saneamiento deficiente y al suministro de agua contaminada de la Inglaterra del siglo XVI. Otros proponen como causa la fiebre recurrente, una enfermedad transmitida por garrapatas o piojos; mientras que un puñado más asemeja al sudor inglés con el síndrome pulmonar por hantavirus, transmitidos por murciélagos, roedores y varios insectívoros.
Muchas epidemias, como lo fue la peste negra (siglo XIV), producen inmunidad. Lo que significa que, si se sobrevive una vez, no se vuelve a contraer. Sin embargo, el sudor inglés no se comportaba así, ya que una persona podía contraerlo fácilmente varias veces. Ahora bien, John Caius creía que se podía evitar mediante cuidados hoy comunes como la dieta, el ejercicio y la moderación; sin embargo, estas prácticas no formaban parte de la cotidianedad de la población inglesa del siglo XVI y fue así que tomó casi 50 años verla desaparecer en 1551; desaparición que también sorprende a médicos e historiadores por igual.
¿Crees que los autocuidados que hoy vemos como comunes nos han salvado de epidemias inimaginables? Parece que es verdad, querido lector, y el cuidado de tu presente suma a un mejor futuro.
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