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1720: Estalla la burbuja

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea



 E. M. Ward, La burbuja de los mares del sur, 1846.



El mundo financiero está lleno de altibajos y episodios históricos que han dejado una sarta de lecciones al sistema económico internacional, entre ellas el particular crack de 1720; una situación límite vivida en la Gran Bretaña del siglo XVIII, y que llevó a cientos de personas a la ruina tras el estallido de una burbuja especulativa que creció a la sombra de varios rumores en torno a la riqueza «desmedida» que prometía la relación comercial entre británicos e iberoamericanos.

 

En 1701, el naciente Imperio Británico se encontraba luchando la Guerra de Sucesión Española. Carlos II de la casa de Austria, había muerto sin dejar descendencia y el futuro del trono español se volvió el motín de toda Europa. Por un lado, el archiduque Carlos de Austria obtuvo el favor del Sacro Imperio Romano Germánico, las Provincias Unidas, Gran Bretaña y Portugal; mientras que, por otro lado, Felipe de Anjou, nieto del rey francés Luis XIV, obtuvo el favor de Francia, Baviera, Colonia, Mantua y Saboya, además de algunas facciones españolas que deseaban el reinado de la casa Borbón.

 


Por un momento la victoria parecía sonreírle al bando de Carlos; sin embargo, el archiduque de Austria confió solo en el poder de las armas y olvidó ganarse el favor de la aristocracia española; un error que le costó su nombramiento como Carlos III de España, y dio camino abierto a la entrada triunfal de Felipe V Borbón a Madrid.

 


La Guerra de Sucesión Española finalizó en 1713 con el Tratado de Utrecht, y si bien Gran Bretaña había luchado para el bando perdedor, su pericia negociadora le permitió romper con el monopolio comercial que España tenía con América Latina y así ganar acceso a los mercados coloniales de Felipe V. Esta apertura comercial fue aprovechada por una empresa: La Compañía de los Mares del Sur (South Sea Company).


Moll, Herman, Un mapa nuevo y exacto de la costa, los países y las islas dentro de los límites de la Compañía de los Mares del Sur, 1732.



El hecho de que una compañía británica fuera capaz de comerciar con la lejana y rica América española, nutrió una serie de rumores disparatados en los que no faltó imaginar barcos enormes cargados con toneladas de plata, oro y piedras preciosas listos para cruzar el Atlántico e inchar las cuentas bancarias de los accionistas británicos. Así, pese a que los ingresos que la Compañía de los Mares del Sur realmente obtenía por su comercio con las colonias españolas eran bastante modestos; los rumores, ahunados a una línea de crédito que la compañía obtuvo de parte del propio Parlamento Británico por un valor de 70 millones de libras para su “expansión comercial”, fueron elementos suficientes para desatar un auténtico frenesí entre los inversionistas.

 




Pronto, el valor de las acciones se disparó, pasando de 128 libras por acción en enero de 1720 a 550 libras a finales de mayo. Más tarde, la compañía obtuvo una licencia real para comerciar en exclusiva con las colonias españolas en América, de manera que su naturaleza monopolica aumentó su atractivo y sus acciones llegaron a las 890 libras a principios de junio del mismo año. El pico incitó a algunos accionistas a vender, pero los directores de la compañía ordenaron a sus propios agentes a comprar títulos para mantener el valor de la acción alrededor de las 750 libras. Una jugada financiera que más tarde fue superada por otra mucho más imprudente. Cuando a principios de agosto de 1720 la cotización alcanzó las 1000 libras y aquello imposibilitó a los pequeños accionistas a seguir comprando títulos, uno de los directores de la South Sea Company, llamado John Blunt, autorizó prestar dinero de la propia compañía a todos aquellos que quisieran seguir comprando títulos en el mercado bursátil. En otras palabras, la ambición desmedida de Blunt lo hizo optar por un ridículo: “¡te presto dinero para que sigas invirtiendo en mí!”.   


Cotización de la Compañía de los Mares del Sur.


Con lo que no contó Blunt fue lo siguiente: los accionistas que habían pedido prestado a la compañía, decidieron aprovechar un pico de alto valor de las acciones de la misma compañía para vender, y así financiar su propia deuda e incluso ganar algo de margen de utilidad en el camino. ¿El resultado? El inminente estallido de una burbuja financiera en pleno siglo XVIII. Todos fueron testigos de cómo una espiral descendente desplomó los precios de las acciones.


La crisis se propagó a los bancos ingleses y se produjeron cientos de bancarrotas comerciales. Entre los accionistas que se arruinaron estuvieron personajes tan icónicos como Issac Newton, quien tras vivir lo ocurrido dijo:

 

«Puedo predecir el movimiento de los cuerpos celestes, pero no la locura de las gentes.»


Y tú ¿cuántos disparates crees que la gente es capaz de hacer para conservar las apariencias? ¿cómo podemos evitar ser víctimas de una ambición desmedida?

 



 



Aprende más:

Nuestro libro recomendado es - The Great Mirror of Folly: Finance, Culture, and the Crash of 1720 por William N. Goetzmann. Descúbrelo en: https://amzn.to/3t0ppkM

 

Fuentes:
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