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Compraventa de dioses

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Hoy traigo para ti una comida completa de tres tiempos con las mejores recetas de la antigüedad para crear dioses, construir imperios y apaciguar vencidos. Te presento a tres dioses romanos llenos de originalidad pragmática.


Sulis Minerva


Cuando el ejército romano de Claudio I invadió con éxito Britania en el año 43, se enfrentó a una tarea titánica: romanizar a los celtas britones en el lugar más alejado del Imperio. Una maña que tenían los romanos era la de acoplar las tradiciones nativas a sus costumbres. Para aceitar la conquista, la jugada predilecta era fusionar las deidades latinas con los dioses de los pueblos conquistados y después sustituirlos en sus centros de adoración originales con esta nueva mezcolanza. Como todos eran politeístas, a nadie le presentaba mayor empacho. Eso no les funcionó muy bien en Judea, pero para qué concentrarnos en menudencias cuando eso sólo fue una irregularidad. Volvamos a Britania que no fue la excepción. Al suroeste de la isla había una arboleda de robles con aguas burbujeantes teñidas de naranja. Este sitio era un lugar sagrado para los celtas, pues creían que las aguas termales, y los beneficios derivados de sus propiedades minerales, eran obra de Sul, su diosa de la curación y la fertilidad. Cuando los romanos descubrieron el manantial sagrado le encontraron potencial. Fundaron ahí una ciudad, rebautizaron la zona como Aquae Sulis, las aguas de Sulis, y unificaron a la diosa celta Sul con Minerva —la versión romana de la helénica Palas Atenea—. Así apareció en escena Sulis Minerva, una amalgama de la diosa celta de la salud y de la diosa romana de la sabiduría. Con invasores e invadidos de acuerdo y contentos, en ese lugar los conquistadores construyeron un baño para aprovechar las aguas termales, así como un templo para adorar a esta nueva diosa. La estrategia fue exitosa y Aquae Sulis se convirtió en un lugar de peregrinación y de recreo; es decir un centro económico y de aceptación romana que ayudó a que las legiones se quedaran en la isla hasta pasado el siglo V. Nada dormidos los romanos, que si algo sabían hacer era conquistar. La ciudad sigue hasta nuestros días con el sugerente nombre de Bath.



Júpiter Doliqueno junto a Juno


Otro ejemplo de sincretismo, es decir la fusión de dos o más tradiciones culturales o religiosas, fue el culto a Júpiter Doliqueno. Este nuevo dios era la mezcla entre Júpiter —la versión romana de Zeus, «el rey de los dioses»—y un dios hitita de la fertilidad y el trueno procedente de Anatolia, al sureste de la actual Turquía. Originalmente, a esta deidad hitita se le identificó con el dios persa Ahura Mazda el dios del universo y tras la conquista helénica pasó a llamarse Zeus Oromasdes. A partir de ahí el salto al panteón romano era cuestión de tiempo y viajeros. Lo segundo lo pusieron los campamentos militares del Imperio Romano y Júpiter Doliqueno partió plaza. El dios nuevo en el barrio se volvió tan popular que los seguidores le duraron desde el siglo II hasta el III. El poder cósmico de la deidad atrajo como pocos a los militares, después de todo a la hora de jugarte el pellejo contra un barbudo bárbaro descamisado y con un hacha en cada mano te conviene tener de tu lado al mandamás del universo. Las legiones llevaron consigo al dios hasta la frontera Rin-Danubio, la península itálica, Britania y el norte de África. Algo particular de Júpiter Doliqueno es que le gustaba la comunicación franca; sin rodeos y de gente de a pie. Su adoración se daba en sitios militares por medio de inscripciones en tabletas de arcilla para facilitarle la administración de bendiciones y favores —no dejaban de ser romanos—. La información en estos mensajes refleja el estatus social de los creyentes y su trasfondo cultural, pues a menudo están escritos con latín vulgar. Por la cantidad de vulgarismos es evidente que la relación entre los humanos y este dios era más flexible que la necesaria para adorar a los dioses tradicionales. Con una comunicación menos restringida, venía mayor adopción. Mientras que la población romana adoraba oficialmente a los dioses del estado, parece que en realidad muchos no esperaban la providencia de ellos, sino de los nuevos dioses orientales.


Serapis


Uno de estos exóticos dioses orientales, y tal vez el más famosos, fue Serapis. El culto a Serapis fue promovido por Ptolomeo I Soter, el general de Alejandro Magno que heredó el gobierno de Egipto e inició la dinastía ptolemaica. Nada distraído, retomó las enseñanzas de su general y decidió que lo mejor no era destripar a los conquistados sino convencerlos de llevarla en paz y pagar tributo sin aspavientos. Lo primero en la lista era fomentar la armonía entre sus nuevos súbditos egipcios y la reciente población griega. Para ello decidió combinar a Osiris —el dios egipcio del inframundo— con Apis —el toro sagrado del sol, la fertilidad y lo funerario— y aderezar la mezcla con Zeus, Dionisio, Helios, Hades y Asclepio —el dios griego de la medicina—. Un poco de todo para que nadie sintiera que no lo tomaron en cuenta. A esta ensalada de deidades la llamó Serapis, una personificación de la majestad divina, el sol, la fertilidad, la curación, el más allá, y lo que el creyente en turno le quisiera adjudicar. Lo siguiente en la lista era un templo donde adorarlo, así que Ptolomeo construyó el Serapeum en Alejandría. El dios subió en las listas de popularidad y su templo se convirtió en un éxito multitudinario al que le duró el peregrinaje por lo menos unos cien años. El culto de Serapis se propagó a lo largo del mundo helenístico durante tanto tiempo que le llegó el turno de mandar sobre el Mediterráneo a Roma. En cuanto los ejércitos de Alejandro Severo conocieron a Serapis decidieron que traer de su lado a un multidios era muy conveniente y se lo llevaron hasta los confines más lejanos del Imperio. Tras sembrarle seguidores por todas partes el culto a Serapis se convirtió en uno de los más importantes de Occidente. No dejó de serlo hasta los tiempos de Juliano el Apóstata, uno de los últimos emperadores romanos que intentó reinstaurar el paganismo tras el edicto de Milán de Constantino.


Como verás, a los romanos eso de mezclar dioses se les daba con facilidad. No le ponían peros a lo que para ellos sólo podía mejorar. En lugar de poner a pelear dioses y pueblos contra ellos, mejor todos de la mano y cada que el procurador extienda la suya que caigan unos denarios para el emperador en turno. Con menos razones para pelear, hay más para contribuir. Y los romanos lo sabían muy bien. Si algo les gustaba era ser pragmáticos. No fueran a enfrentarse a un dios desconocido que les cortara el hambre expansionista; así que mejor todos bienvenidos a su bando que para construir templos tenían destreza.



El sincretismo religioso no es exclusivo de los romanos. Se ha dado en distintas épocas, entre distintos pueblos y siempre resulta en combinaciones ricas en costumbres. Cuando se utiliza la lectura histórica de vencidos-vencedores siempre hay dos vertientes: la del aplastamiento y erradicación de las costumbres del conquistado, y la de la unión de creencias y costumbres en pro de lo que considere adecuado el conquistador. De estas dos opciones, la segunda es siempre la preferible, pues da vida a nuevas maneras de ver el mundo y resulta en una integración insospechada de distintas culturas.


¿Qué sincretismos encuentras en la cultura de tu país? ¿De dónde surgen las tradiciones que hoy ves de manera natural? ¿A quiénes les debes la cultura que gozas día a día?


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Fuentes:


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