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De tartamudo humillado a digno orador

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Demóstenes Practicando Oratoria

por Jean Lecomte du Nouÿ (1842–1923)


Atenas, siglo IV a.C. Aunque tartamudo y enclenque en aspecto, un joven inteligente de 21 años fue cautivado por la vida pública griega. Su niñez acaudalada por el éxito comercial de su padre, le permitió heredar una gran fortuna para vivir sin angustias económicas; sin embargo, al quedar huérfano todo cambió. Durante años sus tutores derrocharon el dinero que le pertenecía, dejándolo en dificultades para financiarse una vida adulta, hasta que, habiendo alcanzado la mayoría de edad, decidió hacerles frente y llevarlos ante la justicia. Superando su más grande defecto, Demóstenes dejó boquiabiertos a los miembros de la corte ateniense con una nueva y entrenada voz, dejando atrás los días de tartamudez y abriéndose paso en una carrera prometedora como orador, ¿el secreto?, permíteme contártelo.



No era la primera vez que Demóstenes intentaba hacer escuchar su voz en la bulliciosa Atenas, de hecho, es sabido que su mayor rival político, Esquines, continuamente se burlaba de su problema de elocución y su correoso estilo de oratoria. Muchos afirmaban que tenía un habla difícil de entender, así como una falta de aire que, al romper y desenlazar las frases, obscurecía mucho el sentido y el significado de lo que decía. Ciertamente, el joven huérfano tuvo que trabajar mucho para hacer de su más grande defecto la más reconocida de sus habilidades.



Demóstenes llevó a cabo un arduo entrenamiento de sádica disciplina. Cuentan que salía a correr por el campo para fortalecer sus pulmones y luchar contra su propio aliento ajetreado mientras recitaba sus versos favoritos; también que paseaba a las orillas del mar en días de tormenta para mejorar su capacidad de concentración entre el rugido de las olas, pues si lograba vencerlas sin duda lograría sobreponerse a las voces que querían hacerlo callar. Ensayaba en casa frente a un espejo de cuerpo entero, repitiendo frases complicadas y mejorando sus poses a la hora de hablar. Aquel huérfano humillado, poco a poco adquiría más confianza en sí mismo, levantando su autoestima con perseverancia indomable y una fuerte convicción en triunfar. Sin saberlo, Demóstenes estaba ascendiendo al grado de leyenda.



Aquella práctica incansable le permitió vencer a sus antiguos tutores. Durante los juicios para recuperar su herencia pronunció cinco discursos: tres Contra Afobos entre el 363 a. C. y el 362 a. C. y dos Contra Ontenor entre el 362 a. C. y el 361 a. C. El tribunal fijó los daños y perjuicios sufridos por Demóstenes en diez talentos o 395.000 dólares estadounidenses actuales. Al finalizar los pleitos, Demóstenes consiguió recuperar una importante porción de su herencia, pero el reto y el hito más de grande de su carrera política estaba a punto de llegar.



Hacia el 351 a.C., Demóstenes dirigió sus energías contra el creciente poder del rey Filipo II de Macedonia, padre del futuro Alejandro Magno, y a quien veía como una amenaza no solo para Atenas sino para todas las ciudades-estado griegas. Gran parte de sus mejores discursos precisamente fueron dirigidos contra el poder creciente del rey macedonio, pasando a la historia como Las Filípicas.



La Primera Filípica (351-350 a. C.), tenía como tema principal la preparación y la reforma del fondo social de Atenas, así como una exhortación a los atenienses para que despertaran de su falsa seguridad, pidiéndoles se sumaran a la defensa de sus aliados, pero no tuvo éxito. En el 349 a. C., para completar su dominio del mar Egeo, Filipo marchó contra Olinto, aliado de Atenas y la última ciudad de la Calcídica que le quedaba por dominar. Olinto pidió ayuda a los atenienses, y en aras de mover las voluntades de sus compatriotas, Demóstenes pronunció las tres Olínticas. En los tres discursos, nuestro hábil orador criticaba a sus compatriotas por no hacer nada, y urgía a Atenas a ayudar a Olinto contra Macedonia. Aún podemos escuchar el eco de sus palabras enardecidas cuando le leemos decir:



“Necesitamos dinero seguro, atenienses, y sin dinero nada de lo que

debería ser hecho podrá hacerse”.



No obstante, a pesar de los avisos de Demóstenes, los atenienses prefirieron enredarse en una guerra inútil en Eubea y dar la espalda a los olintos. La Segunda Filípica tardaría en hacerse notar hasta el 344 a.C., cinco años después del primer llamado a la acción.


[Imagen 1] Perfil de Filipo II / [Imagen 2] Mapa de la expansión de Macedonia bajo Filipo II


La Segunda Filípica, también conocida como “Sobre la falsa embajada”, fue un discurso en respuesta a una supuesta comitiva de peloponesios que acudieron a Atenas para quejarse de la actividad subversiva de Demóstenes en contra de Filipo, a quien ellos veían como el garante de su libertad y no a Atenas. Sin embargo, lo que más sorprendió a todos de la situación fue que Esquines, el enemigo político de nuestro orador, también llegó a defender a Filipo frente a toda la Asamblea Popular ateniense describiéndolo como alguien enteramente griego; un hecho al que luego se le sumó su tardanza en firmar una paz temporal con Macedonia. Muchos creyeron que Filipo había conseguido ponerlo de su lado e inmediatamente Demóstenes lo acusó de alta traición.



Esquines fue finalmente absuelto por un estrecho margen de treinta votos, en un jurado cuyo número podría haber sido de hasta 1,501 miembros, y Filipo frenó el avance de sus tropas como resultado del acuerdo de paz recién firmado; aunque los tiempos de calma pronto terminaron. En pocos meses las tropas de Filipo continuaron avanzando al sur de Grecia con el deseo de expandirse y renegociar el acuerdo con Atenas. Fue en ese momento de emergencia que Demóstenes utilizó todo el poder de su elocuencia para pronunciar la Tercera Filípica, donde exigió a la asamblea ateniense una enérgica demostración de fuerza en contra de Filipo. En este discurso, considerado el mejor de toda su carrera el mensaje era muy claro:



"Es mejor morir mil veces que rendir tributo a Filipo".



Tras el éxito de su discurso, Demóstenes tomó el control de la política ateniense y fue capaz de debilitar a la facción pro-macedonia liderada por Esquines, convirtiéndose en el líder político más influyente de Atenas.

Dibujo de Gustav Adolf Closs de una reconstrucción de la Antigua Atenas (1897)


Su Cuarta Filípica fue la declaración de guerra que todos esperaban. Mientras que los atenienses y sus aliados, los tebanos, se preparaban para la guerra, Filipo hizo un último intento para apaciguar a sus enemigos, proponiendo un nuevo tratado de paz. La oferta diplomática de Macedonia no fue aceptada, lo que llevó, invariablemente, a una serie de enfrentamientos que terminaron con victorias menores para el bando ateniense, aunque no suficientes para vencer a Macedonia.



En la última partida de este ajedrez greco-macedonio, Filipo consiguió llevar a las falanges confederadas a un enfrentamiento en campo abierto cerca de la ciudad de Queronea. Allí, la historia tomó otro rumbo. El rey macedonio derrotó a los ejércitos aliados en el 338 a. C., y sometió a Demóstenes a su voluntad. Era tal el odio de Filipo contra Demóstenes que, según relata Diodoro Sículo, el rey se burló del ateniense tras vencerlo en batalla, riéndose de todos sus infortunios. A lo que el orador y político ateniense respondió con gran elegancia y dignidad, diciendo:



“Oh Rey, cuando la Fortuna te ha colocado en el puesto de Agamenón…”- un distinguido héroe de la mitología griega , “¿no te avergüenzas de actuar como Tersites?” personaje menor de la Ilíada, presentado como feo y cojo, con hombros curvados hacia dentro.



Fue entonces que Filipo, versado en la literatura griega, detuvo inmediatamente su actitud. Tras la guerra castigó con severidad a Tebas, pero en respeto a la nobleza de su más grande enemigo, trató con magnanimidad a Atenas y garantizó su independencia, obligándole solo a disolver su liga naval y a abandonar sus posesiones en Tracia.



Más tarde se escucharía a Plutarco comparar al experimentado político romano Marco Tulio Cicerón con nuestro orador estrella diciendo:



“El poder divino parece haber diseñado originalmente a Demóstenes y a Cicerón bajo el mismo plan […] Creo que difícilmente se puede encontrar otros dos oradores que, desde unos comienzos obscuros e insignificantes, se hicieran tan grandes y poderosos; que ambos se enfrentaran a reyes y tiranos…”


Cicerón y Demóstenes en Monumento a Emilio Castelar

en el Paseo de la Castellana (Madrid, España)


Y tú, así como Demóstenes ¿reconoces en la perseverancia una variable determinante del éxito? ¿Cómo tratas a aquellos que día a día buscan ser mejores que ayer?


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