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Padre de Naciones

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Abraham, Anónimo


En las áridas tierras de la antigua ciudad de Ur de Caldea, vivía un hombre llamado Abraham. Se decía que era un hombre justo, descendiente de Sem y, por lo tanto, de Noé. Su pueblo era en gran medida politeísta; sin embargo, nuestro personaje histórico-bíblico se decantó por el monoteísmo, una decisión que transformó el destino de millones de personas para siempre. El impacto de esta historia fue tal que hoy tres grandes religiones (judaísmo, cristianismo e islam) se remiten a este hombre cuando buscan dar sentido al fascinante viaje espiritual que decidieron emprender miles de años atrás. Como toda aventura antigua digna de contar, los hechos comenzaron con una orden divina:



“[Abraham] Sal de tu país, deja tu familia y ve a la tierra que te mostraré. Te haré padre de un gran pueblo, y en ti serán benditas todas las generaciones.



Obediente a la voz de Dios, Abraham se puso en marcha con su mujer Sara, su sobrino Lot, sus sirvientes y ganado. Después de abandonar Ur, cuyos restos se ubican en el actual Irak de acuerdo a investigaciones arqueológicas británicas del siglo XX, Abraham decidió permanecer algunos años en Harán de Mesopotamia, para más tarde acampar en las fértiles llanuras de Canaán.



De acuerdo con la tradición bíblica, Lot vivió con su tío hasta que el rebaño creció exponencialmente y el pasto fue insuficiente para alimentarlo. En ese momento, tío y sobrino se separaron. Abraham se dirigió al valle de Mambré, y Lot a Sodoma, una ciudad rica que, de acuerdo a los textos antiguos, yacía repleta de perversión y en consecuencia fue invadida durante la guerra de los “Nueve Reyes”. Las cinco urbes de la llanura jordana (Sodoma, Gomorra, Admah, Zeboim y Bella) se enfrentaron al ataque combinado de los cuatro reinos mesopotámicos del momento (Elam, Sinar, Ellasar y Goyim). Las fuerzas mesopotámicas abrumaron a las ciudades de la llanura del Jordán mediante un ataque combinado. Aquellos que consiguieron escapar huyeron a las montañas, incluidos los reyes de Sodoma y Gomorra. Las dos ciudades fueron despojadas de sus bienes y algunos de sus ciudadanos fueron capturados; entre ellos, el sobrino de Abraham, Lot.



Lo que recién ha sido narrado refleja fielmente la situación geopolítica de la zona durante la era patriarcal; y a ese contexto la Biblia añade cómo Abraham, al enterarse del infortunio de su sobrino, decide ir deprisa a su rescate. Fue en la obscuridad de la noche, bajo la tenue luz de las estrellas, que nuestro héroe y sus hombres se abalanzaron sobre el enemigo, y en una rápida partida, cerca de la puerta arqueada de Tel Dan, actual Israel, Lot es liberado.



Cuando Abraham volvió victorioso, recibió la bendición de Melquisedec, el entonces rey-sacerdote de la ciudad de Salem. A cambio de la décima parte del botín que cargaban los hombres de Abraham, Melquisedec ofreció a Dios un sacrificio de pan y vino en acción de gracias. Para el cristianismo este sacrificio figura la Eucaristía y el rey-sacerdote Melquisedec una prefiguración de Jesucristo. Más tarde, de vuelta en Canaán y aún firme en su monoteísmo, Abraham recibió de Dios la promesa de multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo:



“Y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra…”



No obstante, Abraham continuaba sin tener hijos. Entonces, su esposa Sara, preocupada por su incapacidad para concebir, le sugirió a Abraham que tuviera un hijo con Agar, su esclava. De esta relación nació Ismael; aunque trece años más tarde, Dios volvió a anunciarle que aunque su esposa Sara tuviera 90 años, de ella tendría un hijo y de su descendencia nacería el Mesías esperado en la tradición judeo-cristiana.



Finalmente, la tradición relata que Dios visitó a Sara, y al poco tiempo ella concibió con Abraham ya viejo, un hijo al que llamaron Isaac o “hará reír”; un nombre que reflejaba el humor divino del acontecimiento y que Sara entendió a la perfección, pues bien se le recuerda haber dicho:



“Dios me ha dado de que reír; todo el que lo oiga reirá conmigo”.


Sara reflexionando la promesa de Dios por Courtney Vander Veur Matz.


La promesa de Dios fue cumplida, pero esto generó tensiones en el plano terrenal entre ama y esclava; tensiones que concluyeron con una fuerte petición de Sara a Abraham. Sara pidió que se despidiera a Agar y a Ismael. Abraham, afligido por esta petición, los confió a la protección de Dios y los envió al desierto de Beerseba, donde el destino de dos naciones se fragmentó, el pueblo judío descendientes de Isaac y el pueblo árabe descendientes de Isamel, de quienes en el siglo VI surgiría una nueva religión que también se remitiría a Abraham como patriarca: el islam.



Dios, un hombre, tres religiones y cientos de naciones; esta es la historia de Abraham.



Y tú ¿encuentras un pasado común entre los que te rodean? ¿ves en ti y en los demás una promesa divina y personal que se ha de cumplir?



 


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