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El atentado: El inmortal que casi controla un imperio

Actualizado: 22 ago 2020

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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¿Reconoces a esta persona? Seguramente te suena el nombre de Rasputín. Su muerte está llena de misterio y leyendas, pero hay una en particular que quiero contarte.

Este dibujo a lápiz de color y pastel sobre cartulina gris de Yelena Klokacheva representa a Grigori Rasputín, un místico ruso que tuvo una enorme influencia sobre la familia real rusa de los Románov. Ceñido en fama de gran curador fue contactado por la zarina Alejandra, quien buscaba desesperadamente una manera de curar y aliviar de los terribles dolores de la hemofilia a su hijo el zarévich Alekséi, único heredero al trono de emperador y autócrata de Todas las Rusias. La familia Románov, integrada por el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, las cuatro princesas, Olga, Tatiana, María y Anastasia, así como el pequeño zarévich, pronto se vio envuelta en chismorreo y escándalo debido a los cuestionables métodos de Rasputín y su terrible fama de mujeriego, alcohólico y depravado. Principalmente la zarina Alejandra sufrió calumnias y terribles acusaciones que la señalaban como amante del obscuro místico. Sin embargo, era innegable que la presencia y técnicas de Rasputín ayudaban a la salud del zarévich, por lo que Alejandra se empeñaba en mantenerlo cerca de la familia. Desde luego, esta cercanía le daba una enorme influencia sobre la zarina y por consecuencia sobre el zar mismo, influyendo indirectamente en las decisiones de gobierno del enorme imperio ruso.


Esta influencia era mal vista por la prensa, los siervos y la comunidad internacional, pero sobre todo por la misma aristocracia rusa y los familiares más allegados al Zar. Uno de ellos, Félix Yusupov, esposo de una de las sobrinas del zar Nicolás II, decidió que era suficiente y que por el bien de la familia real y de la sustentabilidad del imperio (recientemente derrotado por la flota nipona durante la guerra ruso-japonesa y para entonces inmerso en la Primera Guerra Mundial) debía acabar con la terrible influencia que Rasputín tenía sobre la zarina, cuyo matrimonio estaba viviendo una situación política crítica.


La leyenda cuenta que Yusupov invitó al monje místico a cenar a su mansión, el Palacio Moika, en donde, junto con otros invitados, había elaborado un plan para asesinarlo con bebidas y alimentos envenenados con cianuro. A pesar de la gran cantidad de veneno ingerido, éste no hacia efecto en el complicado personaje, por lo que, desesperado, Yusupov decidió dispárale con una pistola Browning, dejándolo tirado en el piso del salón mientras buscaba la manera de deshacerse del cadáver. Para su sorpresa, al regresar, descubrió que Rasputín había desaparecido y lo encontró tambaleándose en el patio nevado de la residencia tratando de escapar. Tras otros dos disparos y un golpe en la sien, finalmente el sombrío religioso se desplomó y su cuerpo inerte fue arrojado al rio Nevá. Cuando encontraron su cuerpo, la necropsia reveló que el hombre tenía agua en los pulmones, lo cual indicaba que incluso después del cianuro, el primer disparo, los segundos tiros y un letal golpe en la sien, ¡Rasputín había muerto ahogado en las heladas aguas del río petersburgués!


Finalmente, en 1916, el hombre que había tenido absoluto control sobre las ideas de la zarina Alejandra y, por extensión en las del zar Nicolás II, había muerto.


A pesar de lo interesante que resulta la muerte de Rasputín, parece ser que todo lo que te he contado es mentira…


Te espero el siguiente jueves para que te cuente lo que algunos aseguran es la verdadera historia de la muerte del hombre que prácticamente controló el imperio Ruso y que sucumbió en circunstancias aún más interesantes.


Por lo pronto, ¿qué crees que significara para la zarina encontrar a alguien que realmente curaba a su amado hijo pero que la ponía a ella y a toda la corte rusa en una encrucijada? Después de todo, la razón por la que Rasputín tenía poder dentro de la corte era porque garantizaba la continuidad de la dinastía Románov, aunque al mismo tiempo era él quien la ponía en riesgo con su mera presencia.


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[Rasputín en 1916]

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