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El precio de los dioses

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Hoy traigo para ti una curiosidad de mucho peso. Tres artefactos orientales que hasta la fecha brillan por su curiosidad.


Gangajalis de plata del maharajá de Jaipur



El siglo XVIII es uno de los más caóticos en la historia de la India. El imperio mogol se aferraba con las uñas, numerosas potencias locales se lamían los labios al ver la independencia a su alcance, y mientras los locales estaban distraídos algunas naciones europeas nada más les faltaban toallas y sombrillas para apartar su lugar en las costas. En medio de ese cruce de intereses y aceros, el Reino Amber era uno de los contrincantes más importantes y cada vez adquiría mayor poder. En consecuencia, su población creció y en la capital el agua comenzó a escasear. Para acomodar a tanta gente y solucionar el problema, en 1727, el maharajá Sawai Jai Singh II decidió trasladar la capital. Construyó una ciudad diseñada con esmero, la llamó Jaipur en su honor, y dejó claro que el dinero y la modestia no lo limitarían a él ni a sus descendientes.



Jaipur se convirtió en una de las ciudades más ricas e importantes del subcontinente indio, y con el advenimiento de los británicos el Estado acordó pagar tributo anual a la Compañía de las Indias Orientales a cambio de recibir apoyo y protección. Ya como aliado del Raj Británico, en 1876, la ciudad y el palacio se pintaron de rosa en honor a la visita oficial del hijo de la reina Victoria, el príncipe Eduardo. El heredero quedó encantado con el detalle y en 1902 decidió pagarlo invitando a su coronación al entonces maharajá en turno: Madho Singh II.



Cualquiera estaría encantado de recibir tal honor, excepto Madho. Esa invitación lo ponía entre el talwar y la pared. En esa época a los hindúes ortodoxos no se les permitía cruzar el océano, y él, como cabeza de la comunidad hindú de Jaipur no estaba exento del dictado. Sin embargo, dejar plantado al emperador significaba un acto de insolencia descarada y pondría en peligro el acuerdo de cooperación con los británicos. Cansado de tronarse los dedos, Madho convocó a un cónclave de líderes religiosos para encontrar una solución. Después de mucha deliberación, encontraron una manera para que pudiera asistir a la coronación en Westminster. En primer lugar, debía viajar en un barco en el que nunca se hubiera cocinado o servido carne de res —una empresa ardua considerando la afinidad del paladar inglés—. El segundo requisito exigía llevar figuras de la deidad familiar y esparcir tierra del suelo sagrado de Jaipur debajo de ellas, del trono de Madho y de su cama todos los días para que se mantuviera sobre suelo indio. Y, por último, beber únicamente agua del sagrado río Ganges durante sus tres meses fuera; ¡tremendo problema!



Los agentes del maharajá pasaron meses buscando un barco que cumpliera con las características hasta conseguir el buque de pasajeros Olympia, una nave que acababa de ser terminada y aún no había realizado ningún viaje. El traslado de ida y vuelta del barco, más la espera en el Reino Unido por un mes, le costó al gobernante nueve millones de dólares actuales, y eso fue sólo para desplazarlo a él y a su comitiva. Dentro del barco se prepararon seis suites con el mayor lujo, la primera para el dios Laddu Gopal Ji, faltaba más, y en cada una se extendió diariamente tierra de Jaipur. Por último, quedaba el problema de llevar agua del Ganges para tres meses. Se fundieron 14,000 monedas de plata para crear tres tinajas de plata idénticas. Cada una, con metro y medio de altura y un peso individual de 340 kilos, podía transportar 4,000 litros de agua sagrada para uso exclusivo del gobernante.



Dos días antes de zarpar desde Bombay, los veinticinco brahmanes que viajarían a bordo realizaron ceremonias para mantener feliz a Varuna, la deidad oceánica hindú. Al agua arrojaron perlas, diamantes y monedas de oro para ganar el favor del dios. Después, las tres enormes jarras de plata llenas de agua sagrada —más las discretas 75 toneladas del equipaje personal del maharajá— se cargaron al vapor y el grupo emprendió su viaje. Al alcanzar el Mar Rojo, el crédito que tenían con Varuna alcanzó el límite y desató sobre la embarcación tormentas que amenazaron con hundir el navío. Los brahmanes aconsejaron arrojar uno de los tres jarrones de plata al mar para calmar al dios. Madho mandó lanzar por la borda la vasija. Varuna consideró adecuado el pago, los mares se calmaron, el cortejo llegó a la coronación y volvió a la India sin mayores contratiempos.



Hoy, en el palacio de Jaipur, se encuentran los dos recipientes que sobrevivieron. El metal de cada uno equivale a 600 mil dólares, y son los artefactos de plata más pesados del planeta. En cuanto al tercero, sí quedo registrado el lugar en el que fue arrojado y hasta hoy continúa en el fondo del Mar Rojo; en caso de que desee buscarlo, querido lector.



La Historia está plagada de objetos que ocultan episodios del ocurrir humano, desde los más grandes, lujosos y geniales, hasta los más discretos, inverosímiles y triviales. Sus secretos sólo se revelan con un poco de intuición y algo más de investigación. Para ello, la labor de conservación y divulgación histórica es crucial, pues resulta en un acto de generosidad hacia otras personas. Después de todo, se les da el regalo del pasado.



Si tú también crees en la generosidad y en regalar buenas historias, no minimices tu capacidad de hacerlo. ¡Comparte este artículo en tus redes sociales! Tú clic sí hace la diferencia.



Recuerda que la cultura es una cadena que debes proteger y a la que debes sumar. Por favor no la rompas.



 


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Fuentes:




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