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Especial Escocia-Bruce: El corazón de la libertad

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


Robert the Bruce


Con tan solo siete años de edad, la reina Margarita I de Escocia murió en las apartadas islas Órcadas y con ello sobrevino una crisis sucesoria como nunca. El vacío de poder fue tal que hubo 13 aspirantes al trono escocés, entre ellos el legendario y aclamado Robert the Bruce; descendiente del rey David I y de los señores de Annandal, un fiero guerrero de nacionalismo inquebrantable que, junto al valiente William Wallace, no dudó en levantarse contra el yugo inglés de los Plantagenet. La batalla por el dominio y la libertad de Escocia había comenzado.



Con la muerte de Margarita, muchos señores feudales escoceses temieron una guerra civil, por lo que le pidieron al rey Eduardo I Plantagenet de Inglaterra que fuera el mediador entre todos los aspirantes al trono. Eduardo I se encontraba en una situación sin igual; en sus manos yacía la oportunidad de moldear la geopolítica de toda la isla a su favor, por lo que utilizó esta influencia mediadora para subyugar a Escocia en el proceso. Convocó a un grupo selecto de nobles escoceses y orientó su voto hasta conseguir la coronación de Juan de Balliol como rey de los Scots y títere inglés. No obstante, la verdad pronto salió a la luz y la nobleza escocesa depuso a Balliol para, en su lugar, crear “El Consejo de los Doce”. Con este nuevo estilo de gobernarse, Escocia buscó deslindarse de Inglaterra firmando un tratado de defensa mutua con Felipe IV de Francia llamado la Auld Alliance o La Alianza Antigua, un dolor de cabeza para los reyes ingleses que habría de durar 300 años y que hizo estallar una respuesta iracunda por parte de Eduardo I al enterarse de ella, al punto de invadir Escocia e iniciar las Guerras de Independencia Escocesa en 1296.



En un principio la campaña de Eduardo I fue exitosa, pero su triunfo solo temporal. Al año siguiente se detonó una gran revuelta liderada por un noble de nombre James Stewart y a quien un joven Robert the Bruce de 22 años siguió con enérgico nacionalismo, tal y como sugiere el cronista del siglo XIV Walter de Guisborough al relatarnos las palabras que éste particular héroe escocés dirigió a sus caballeros al momento de reclutarlos para pelear:



Ningún hombre tiene su propia carne y sangre con odio y yo no soy una excepción. Debo unirme a mi propio pueblo y a la nación en la que nací. ¡Les pido que por favor vengan conmigo y serán mis consejeros y camaradas cercanos!



Si bien Robert the Bruce y James Stewart fueron personajes clave en la defensa de Escocia en contra de Eduardo I, ciertamente el hombre del momento no era ninguno de ellos, sino el Guardian de Escocia más afamado de todos los tiempos: William Wallace. Tanto Robert como James se sumaron a los esfuerzos de Wallace, hasta que éste último fue derrotado por los ingleses en la batalla de Falkrik en 1298, y más tarde hecho preso, enjuiciado y martirizado por la causa escocesa a manos del enemigo en 1305. Fue entonces que, a un año de la muerte de Wallace, Robert reclamó para sí el trono de Escocia buscando reiniciar desde allí la lucha pendiente por la libertad.



Por un momento Eduardo I volvió a enviar tropas a la tierra de los Scots en un intento de sofocar las revueltas, pero su repentina muerte en 1307, dejó a Bruce con un nuevo enemigo, el hijo del difunto rey, Eduardo II de Plantagenet. Esta vez la guerra fue oficialmente entre reyes y a diferencia de los enfrentamientos anteriores, Bruce consiguió tanto desgastar a los ingleses en una guerra de guerrillas, como recuperar la mayoría de los castillos de Escocia en poder de los ingleses e invadir el norte de Inglaterra hasta Carlisle. La memoria de William Wallace estaba siendo honrada por el rugir de hombres valientes que marchaban al ritmo de las gaitas en pos de defender su hogar.



Eduardo II reunió un gran ejército de entre 15,000 y 20,000 hombres, que se batieron la vida contra enardecidos guerreros escoceses en varias batallas, incluida la de Bannockburn en 1314; un punto de inflexión en la historia, pues confirmó el restablecimiento de Escocia como un reino independiente con agallas suficientes para defender lo suyo y vencer en el camino. La victoria escocesa en Bannockburn hizo sentir a Robert que la autonomía de su reino y otros era posible, por lo que amplió la guerra contra Inglaterra apoyando a Irlanda en sus levantamientos contra el rey inglés. El éxito fue tal, que incluso el hermano de Robert, Eduardo de Bruce, fue coronado como el último “Alto Rey de Irlanda” y Robert creyó posible una "Gran Escocia pangaélica" con su linaje gobernando Irlanda y Escocia.


Representación de la batalla de Bannockburn


La muerte de Eduardo II en 1327 terminó por decantar la balanza en favor de Escocia y las tropas de Bruce penetraron el norte de Inglaterra, hasta finalmente forzar la firma del Tratado de Edimburgo-Northampton, que ponía punto final a más de treinta años de conflicto. A cambio del pago de 100,000 libras, la Corona inglesa reconoció a Escocia como un reino independiente “de forma perpetua” y a Robert the Bruce y sus sucesores como los reyes legítimos.



Robert murió en 1329 como un reconocido rey y héroe escocés. No obstante, solo una cosa le había quedado pendiente tras morir: participar en una cruzada. En aras de dejar descansar su alma en paz, un grupo valeroso de guerreros escotos embalsamó su corazón, lo colocaron en un relicario y partieron a Castilla para apoyar al rey Alfonso VI en la guerra contra el reino nazarí de Granada. Hoy su corazón sereno descansa en Melrose Abbey con una inscripción digna de un caballero escocés:



“Un corazón noble no puede estar en paz si le falta la libertad”



Y tú ¿cómo valoras la libertad? ¿cuántos hombres y mujeres conoces que aún entreguen sus vidas por valores superiores a ellos mismos?


Corazón de Robert the Bruce en Melrose Abbey


 

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