Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea
Batalla naval de Santiago de Cuba por Xanthus Russell Smith (1839-1929)
publicada por J. Hoover & Sons.
Los Estados Unidos habían quedado fuera del reparto de África a finales del siglo XIX, por lo que pronto sus ambiciones expansionistas se volcaron al Caribe, particularmente sobre un antiguo baluarte del imperio español en la región: Cuba. El fuerte valor económico, agrícola y geoestratégico de la isla ya había provocado numerosas ofertas de compra por parte de expresidentes estadounidenses del calibre de John Quincy Adams y Ulysses S. Grant, pero el gobierno español siempre las rechazó. Una ofensa que el tío Sam no estaba dispuesto a dejar pasar.
A la disputa por el Caribe entre el prestigio español y el joven expansionismo estadounidense, se sumó el nacimiento de un sentido nacionalista cubano. La primera sublevación desembocó en la Guerra de los Diez Años (1868-1878), el esfuerzo independentista liderado por Carlos Manuel de Céspedes, para más tarde seguirle la Guerra Chiquita del general Calixto García, hasta alcanzar los últimos esfuerzos del “apóstol de la independencia de Cuba” José Martí, político, filósofo y fundador del Partido Revolucionario Cubano bajo el cual organizó la Guerra de 1895; la contienda definitiva que Estados Unidos no dudó en aprovechar.
Las fuerzas independentistas cubanas o mambises controlaban en su mayoría los campos, quedando las principales ciudades bajo el control español, incluida la Habana, donde era común ver enfrentamientos entre los sectores independentistas y españolistas. Previendo una posible derrota hispana, el gobierno de los Estados Unidos decidió aprovechar la coyuntura e intervenir. En 1898, Washington envió el acorazado de segunda clase Maine y entró sin previo aviso a la bahía de La Habana. Una visita inoportuna se paseaba por aguas caribeñas.
Una caricatura de Louis Dalrymple (1866-1905),
de la revista humorística estadounidense Puck, 1898, instando a la guerra con España por Cuba
Aún con la incómoda aparición del Maine, la población habanera permaneció tranquila. Sin embargo, a las 21:40 del 15 de febrero de 1898, una explosión iluminó el puerto de La Habana: ¡el Maine había saltado por los aires! La causa beli era eminente y las tropas yanquis rápidamente arribaron a Cuba. Mientras España había conseguido hundir al USS Merrimac, los estadounidenses superaron la cifra destruyendo gran parte de la flota española en la batalla naval de Santiago de Cuba. El gobierno hispano sabía de la superioridad militar de los Estados Unidos, pero una prensa sensacionalista, que evocaba una grandeza imperial casi desaparecida, alentó un nacionalismo popular que exigía la guerra durante el reinado de Alfonso XII, el restaurador de la casa Borbón en el trono tras el brevísimo Sexenio Democrático. España estaba en una encrucijada: no pelear y con ello desestabilizar al país y a la recién restablecida monarquía, o pelear sabiendo que perderían e iniciar una «demolición controlada» de sus últimos dominios ultramarinos. Optaron por la segunda opción.
Tras saberse del hundimiento de la flota española en Cuba, incluida la flota que tenían en las Filipinas, también bombardeada por los norteamericanos, el gobierno de Sagasta, el jefe de gobierno durante el reinado de Alfonso XII, pidió la mediación de Francia para entablar negociaciones de paz con los Estados Unidos, charlas que comenzaron el 1 de octubre de 1898 y que culminaron con la firma del Tratado de París, el 10 de diciembre del mismo año. Lo negociado marcó el final de una era. Cuba consiguió su independencia, Filipinas fue oficialmente entregada a los Estados Unidos por 20 millones de dólares, y Guam junto con Puerto Rico también se convirtieron en protectorados estadounidenses. El gobierno de Washington empezaba a liderar a una potencia emergente global y España vivía el ocaso de un legendario imperio.
Y tú, ¿cómo definirías las contiendas globales del siglo XXI?
Aprende más:
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