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Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea
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Bienvenido a la primera entrega de este especial con el que viajaremos a la Viena de principios del siglo XX. Una ciudad en tensión entre los vestigios de una época de refinamiento y equilibrio imperial frente al expresionismo y su rampante deseo de ajustarse a la modernidad. Entorno perfecto para dos compositores supersticiosos.
Gustav Mahler y Arnold Schönberg
Gustav Mahler vivió un periodo crucial de la historia de la música. Tras él estaban los románticos Bruckner y Brahms, y frente a él lo esperaban la revolución de Schönberg y sus secuaces. Nació en 1860 en una familia pobre de judíos moravos. Con un padre golpeador y una madre enferma, el pequeño Gustav creció en agonía repleto de cicatrices psicológicas que se tradujeron en tics nerviosos durante el resto de su vida. Esta desolación la canalizó en la música, terreno en el cual destacó hasta convertirse en un visionario director de orquesta; un papel por el que se le valoró más que por sus composiciones.
Meticuloso hasta el último detalle, sus métodos de dirección marcaron la pauta para todo el siglo XX, influyendo a directores futuros tan reconocidos como von Karajan y Bernstein. Sin embargo, sus composiciones provocaban reacciones contrastantes. Era amado u odiado. Odiado por la crítica, amado por los compositores que deseaban cambiar la manera de hacer música: Richard Strauss le envió todas sus partituras para tener su opinión e Igor Stravinsky quedó conmovido por su quinta sinfonía. Conquistó las salas de concierto en Europa y hacia el final de su vida fue Director Musical de la Metropolitan Opera de Nueva York. Sin embargo, siempre vivió profundamente atormentado por su infancia, por la muerte de su primera hija, Maria Anna, a los cinco años, y por la complicada relación que tuvo con su esposa, Alma Mahler.
Creyéndose víctima de la «maldición de la novena» —una superstición según la cual cualquier compositor de sinfonías moriría después de escribir su novena sinfonía, como lo hicieron Beethoven, Schubert, Dvořák, Vaughan Williams y Anton Bruckner— a Mahler le aterraba tanto morir que renunció a numerar la que hubiera sido su novena y la nombró Das Lied von der Erde, Las canciones de la tierra. Huía de la muerte que sentía cerca. Tan sólo un año antes había sido despojado de su puesto de Director de la Ópera Estatal de Viena; su hija mayor, María, había muerto de escarlatina; y a él le habían diagnosticado una enfermedad cardiaca mortal. Fantaseando con que había engañado al destino, numeró su próxima sinfonía como su novena e, irónicamente, murió dejando su décima incompleta. Murió en Viena, tras sobrevivir la travesía trasatlántica y un viaje en tren en camilla. Sus últimas palabras, según Alma, fueron: «Mozart. ¡Mozart!»
El camino de Schönberg no fue muy distinto al de Mahler, ambos austrohúngaros de origen judío y sobre todo dos mentes incomprendidas en su tiempo. Cuando a Mahler finalmente se le reconoció como un gran compositor, casi hacia el final de su vida, comenzó a apoyar a un grupo de músicos nuevos, entre los cuales se encontraba Schönberg. La escena musical odiaba a Schönberg. En más de una ocasión, durante sus conciertos, le gritaron e insultaron mientras le lanzaban objetos. Sin embargo, el mismo año de la muerte de Mahler, Schönberg consiguió el ansiado reconocimiento por su obra Gurrelieder, Canciones de Gurre. A partir de ahí su renombre como visionario dejó de cuestionarse. Para 1912 incursionó en la música atonal y años más tarde alcanzaría su cúspide con la invención del dodecafonismo, método por el cual se elimina la nota tónica en torno a la cual se ordenan una composición.
Como Mahler, Schönberg era supersticioso con los números. Toda su vida evitó el número 13, hasta el día crítico del viernes 13 de 1951, cuando tenía 76 años, un número que al sumar sus dígitos da trece. Schönberg pasó el día en cama, temiendo lo peor. Según su esposa Gertrud, hacia el cuarto para medianoche del día 14, la llamó el doctor de Arnold para confirmarle que el compositor había muerto.
Más allá de la superstición que el destino quiso cumplirles. Los legados de ambos compositores impulsaron a la música a horizontes inimaginados. Maestros para la siguiente generación, sus métodos compositivos y su invitación a escuchar analíticamente, reflejan el pensamiento de la vanguardia que surgía desde Viena en el siglo XX. Sus opiniones y estética musical, cruciales para musicólogos, críticos y compositores, aún siguen resonando en nuestros días como influencia en la música que escuchamos en películas, conciertos e incluso algunas composiciones populares. Estos personajes vivieron y dieron en Viena las razones para ver al ser humano bajo otro cristal; comprendiendo sus posibilidades y defectos, sus creaciones y destrozos, completando más la visión que tenemos como humanidad y nuestra laberíntica identidad.
¿Qué sientes al escuchar sus composiciones? ¿De qué forma comprendes el nuevo lenguaje musical que crearon?
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Viena, Austria (primera mitad del siglo XX)
Aprende más:
¡Escucha!
Mahler – Octava Sinfonía: https://n9.cl/dqhi0
Schönberg – Fantasía para violín y piano, Op. 47: https://n9.cl/ra50e
Fuentes:
Classic FM. Gustav Mahler: A Life. 2021. https://www.classicfm.com/composers/mahler/guides/discovering-great-composers-gustav-mahler/ (último acceso: 16 de marzo de 2021).
Lumen. Mahler: Biography. 2021. https://courses.lumenlearning.com/musicapp_historical/chapter/mahler / (último acceso: 03 de marzo de 2021).
—. Schoenberg: Biography. 2021. https://courses.lumenlearning.com/musicapp_historical/chapter/schoenberg/ (último acceso: 16 de marzo de 2021).
Imágenes:
Viena, Austria (primera mitad del siglo XX) - https://www.pinterest.com.mx/pin/341921796700408114/