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La pintora de colores ocultos

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Hoy tengo para ti un mundo de colores brillantes ocultos a plena vista. Descubre a la mujer que tuvo que cruzar el Atlántico para descubrirlo.


Vendedora de frutas – Olga Costa


En 1925 una niña de doce años desembarcó con su familia en el puerto de Veracruz. Huyendo de las persecuciones en Europa, la niña estaba destinada a convertirse en una de las más importantes representantes del arte moderno mexicano. Llegó con el nombre Olga Kostakowsky, y se consagró bajo el nuevo nombre de Olga Costa.


Jakob Kostakowsky, un violinista y director de orquesta judío, decidió abandonar Ucrania frente a la persecución antisemita impulsada por el zarismo. Junto con su familia viajó a Alemania y se instaló en la ciudad de Leipzig, el lugar ideal para un músico. Ahí, en 1913 nació Olga. En Alemania la familia tampoco tuvo suerte y, tras un periodo en la cárcel, Jakob decidió emigrar a México. A los pocos meses de haber desembarcado, la familia se relacionó con la élite cultural mexicana. Así, Olga conoció la obra de Diego Rivera y cambió su afición musical por la pintura, el medio ideal para transmitir el colorido mexicano que tanto la había impresionado tras compararlo con su infancia en Berlín.


Comenzó tomando clases en la Academia de San Carlos. Aunque la tuvo que dejar por problemas económicos, durante el poco tiempo que estuvo ahí conoció a los pintores Carlos Mérida, con quien entabló una estrecha amistad durante toda su vida, y José Chávez Morado, con quien terminó casándose en 1935. Ahí encontró el entorno perfecto para continuar con una educación pictórica autodidacta. En sus propias palabras: «[…]Pintábamos por puro gusto, sin pretensión alguna. Para mí todo empezó como un juego».


Olga decidió cambiar su apellido Kostakowsky por Costa para que su obra fuera reconocida en el entorno postrevolucionario nacionalista. ¡Y vaya que fue reconocida! Su gusto por la cultura popular marcó con fuerza los temas de sus cuadros. Como extranjera, reconoció lo mexicano como categoría estética y, con la emoción de descubrirla, pasó años recreando los colores que veía tanto en bodegones como en espacios abiertos. Con su visión particular no pintaba lo que veía, sino cómo lo veía. Lugares y personas llenos de memoria, libertad y sensualidad. Su obra más reconocida, «La vendedora de frutas», es su cuadro más grande, de 2.7 por 1.5 metros. Invariablemente atrapa al espectador por su apasionante uso del color y su particular mirada sobre la cotidianeidad.





Olga absorbió los elementos de la Escuela Mexicana de Pintura y experimentó constantemente con ellos. La luz en México, los colores y cielos abiertos que tanto la impresionaron se reflejan en sus obras, siempre luminosas. Dejó a un lado la polémica entre realismo y formalismo, encontrando en su entorno validez artística propia. Más allá del color, el colorido.


La obra de Olga Costa es el ejemplo perfecto del valor de ver belleza donde los demás sólo ven rutina. Por medio de sus pinturas podemos redescubrir lo que nos rodea con otra mirada; una más sensible a lo que pasa desapercibido. Como Olga, ¿en qué lugares encuentras belleza cotidiana? ¿Con qué colores ves el mundo que te rodea?


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Aprende más:

Tovar y de Teresa, Rafael. Olga Costa. 2016. https://www.cultura.gob.mx/mexico1900-1950/artistas/detalle/?id=30 (último acceso: 29 de julio de 2021).


Fuentes:

Colección Blaisten. Olga Costa, 1913-1993. 2021. https://museoblaisten.com/artista.php?id=123&url=Olga-Costa (último acceso: 26 de junio de 2021).

Harms Arruti, Ofelia. Olga Costa conquista Bellas Artes. 19 de agosto de 2013. https://www.dw.com/es/olga-costa-conquista-bellas-artes/a-17030076 (último acceso: 29 de julio de 2021).





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