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Reyes y jueces

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea


El Rey Salomón y la Reina de Saba



En el siglo XIII a.C., tras la salida de los hebreos de Egipto, se dio el momento fundacional de la historia de Israel: su entrada en la “Tierra Prometida”. Sin embargo, el destino les exigió pelear por su nuevo hogar, embarcándolos en una ardua labor de conquista mientras eran liderados por Josué, uno de los personajes bíblicos más célebres y el reconocido sucesor de Moisés. Bajo las órdenes de Josué los hebreos hicieron frente a las agresiones de varios pueblos circundantes, como los filisteos, y ocuparon Canáan, territorio que más tarde repartieron entre las tribus de Israel; los descendientes de Jacob, Isaac y el patriarca Abraham. La historia del pueblo judío estrenaba un nuevo capítulo dejando atrás los días de esclavitud y los años errantes por el desierto.



Sobre el territorio conquistado, los israelitas formaron una federación de tribus independientes regidas cada una de ellas por líderes carismáticos llamados “Jueces”, entre los que destacan: Josué, Gedeón, Sanón, Débora, Judith y Samuel, el último juez que ungió a los dos primeros reyes de Israel.



Alrededor del 1020 a.C. Samuel consagró como rey a Saúl, miembro destacado de la tribu de Benjamín. Con el rey Saúl empezó la monarquía en Israel y una de sus primeras acciones fue hacerles nuevamente frente a los filisteos, el pueblo costero ampliamente conocido por sus dotes en la guerra y la fabricación de armas. El libro de Samuel recuerda el suceso:



Saúl ordenó entonces que se tocara el cuerno en todo el país para decir:

«¡Sépanlo los hebreos!» Y todo Israel supo la noticia: «Saúl mató al

jefe de los filisteos, Israel se ha vuelto odioso para los filisteos»


Samuel 13:4



Sin embargo, el mismo libro bíblico recuerda cómo Saúl perdió el favor de Dios al haber adelantado su sacrificio por temor a ser derrotado si esperaba la llegada de las tropas de Samuel. Su desconfianza le costaría el reino:



Samuel le dijo: «¿Qué hiciste?» Y Saúl le respondió: «Vi que la gente empezaba a irse porque tú no llegaste en la fecha convenida, y ya los filisteos se reunían en Micmás. […] Samuel le dijo: «Te has portado como un tonto: no cumpliste la orden que te había dado Yavé tu Dios cuando te dijo que te haría rey de Israel para siempre. Por eso ahora tu realeza no se mantendrá. Yavé ya buscó un hombre según su corazón para ponerlo como jefe de su pueblo, porque tú no respetaste las órdenes de Yavé».


Samuel 13:11-14



El nuevo hombre era David, y la pérdida del favor de Dios, un reflejo de la guerra civil desatada entre ambos contrincantes por el trono judío. El desenlace de esta lucha resultó en David coronado como legítimo rey de Israel; un personaje que trascendió a la historia por derrotar al gigante filisteo de nombre Goliat y por ser el fundador de la célebre ciudad de Jerusalén, uno de los epicentros de la cultura occidental. Allí, el rey David ubicó su palacio, su corte e inspiró a sus sucesores a construir el gran Templo para el Arca.


David y Goliat. Cuadro del pintor francés Guillaume Courtois, siglo XVII


Al final de su vida, David abdicó en favor de su hijo Salomón, cuyo nombre también superó los confines del espacio y del tiempo, para ser recordado como un rey sabio y justo, fundador del Gran Primer Templo soñado por su padre y el monarca de una época gloriosa para el pueblo de Israel. De hecho, aún se recuerdan grandes pasajes de su vida, como aquel dónde no pide poder ni riquezas sino sabiduría, la cual más tarde se vio reflejada en la calidad de sus juicios:



«Ésta afirma: “Mi hijo es el que vive y tu hijo es el que ha muerto”; la otra dice: “No, el tuyo es el que ha muerto y mi hijo es el que vive.”» Y añadió el rey:

—Traedme una espada.


Y trajeron al rey una espada. En seguida el rey dijo:


—Partid en dos al niño vivo, y dad la mitad a la una y la otra mitad a la otra.


Entonces la mujer de quien era el hijo vivo habló al rey (porque sus entrañas se le conmovieron por su hijo), y le dijo:


—¡Ah, señor mío! Dad a ésta el niño vivo, y no lo matéis.


—Ni a mí ni a ti; ¡partidlo! —dijo la otra.


Entonces el rey respondió:


—Entregad a aquélla el niño vivo, y no lo matéis; ella es su madre…


1 Reyes 3:23-27



Incluso, grandes figuras como la reina de Saba dieron fe de la sabiduría que destilaba la estripe de Abraham:


«Realmente era verdad lo que me habían dicho de ti y de tu sabiduría. No creía lo que se me había dicho en mi país, hasta que he venido a verlo con mis propios ojos. Pero reconozco que no me habían contado ni la mitad. Tu sabiduría y bienestar supera todo lo que oí decir. ¡Felices tus gentes! ¡Felices tus servidores, que están siempre junto a ti y escuchan tus sabias palabras!

Bendito sea Yavé, tu Dios, que te ha favorecido y te ha puesto en el trono de Israel. Yavé es quien, en su inmenso amor por este pueblo, te ha puesto como rey para que lo guíes con rectitud y justicia.»



Y tú, ¿cuál crees que es la finalidad de un líder? Tal vez, después de todo, los jueces y reyes del antiguo Israel aún tienen algo que enseñarnos.



 


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Fuentes:
  • Antuñano Alea S. & Sánchez Soler F.LC, Tras las Huellas de Dios en la Historia, Universidad Francisco de Vitoria, Edición 1º, España, pp. 21-22

  • Citas bíblicas en: http://www.biblia.catholic.net/#

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