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Tiempo-espacio y divinidad

Actualizado: 22 ago 2020

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

El hombre siempre ha buscado trascender su propia naturaleza. Su condición corpórea lo hace relacionarse físicamente con su entorno y, siendo el espacio y el tiempo sus campos de acción, procura siempre generar disrupciones en ambos para dar cabida a lo sacro, es decir, a aquello que supera lo meramente humano.


El espacio y el tiempo por si mismos no significan nada, sino que es el mismo hombre quien los llena de significados; así como el viernes no es igual para un musulmán y un cristiano, tampoco lo es un domingo para un cristiano y un judío; y sin embargo todos son tiempos sagrados frente a los demás días de la semana. Lo mismo sucede con los espacios, por lo que desde tiempos inmemorables el hombre ha sentido la necesidad de demarcar un espacio sacro de un espacio laico; el musulmán antes de entrar a una mezquita lavará su cuerpo con agua, el cristiano al entrar a una iglesia se persignará y descubrirá su cabeza, mientras que un judío, al entrar a una sinagoga, se cubrirá su cabeza.


Esta relación tiempo sagrado-espacio sagrado existe en toda civilización humana, y ha moldeado distintas concepciones espacio-temporales. Cuando los reyes católicos de España conquistaron Granada en el año 1492 después de Cristo, los granadinos musulmanes se rendían en el año 897 después de Hégira, cuando Mahoma huye de Meca a Medina. Lo mismo habría de suceder cuando España llegase a Mesoamérica; de acuerdo a los libros Chilim Balam, la propia inmersión temporal española, era, a los ojos de los mayas, una batalla ideológica entre dos sistemas religiosos rivales.


Frente a un laicismo rapante, ¿cuáles son hoy nuestros espacios y tiempos para trascender la frágil y efímera realidad humana?


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