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Arte degenerado

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Hoy tengo para ti la historia de una exhibición de arte que no sólo dio de que hablar en la década de 1930, sino que hoy habla más sobre nosotros de lo que quisiéramos creer.



En el verano de 1937, cuatro años después de que llegara al poder, el partido nazi montó dos exposiciones de arte en Múnich. La primera, la «Gran exposición de arte alemán», mostraba obras aprobadas por el mismísimo Führer que representaban los ideales nazis. La segunda, a unos pasos de la primera, mostraba el otro lado del arte; el moderno, el abstracto, o, como le llamaron los nazis, «La exposición de arte degenerado».



Según el régimen, los artistas «racialmente saludables» producían arte que celebraba y fomentaba el avance de la raza alemana, mientras que los artistas «defectuosos» sólo eran capaces de producir arte deficiente. Para demostrarlo, el 19 de julio de 1937 se inauguró la exposición de Arte Degenerado en el Instituto Arqueológico de Múnich. En ésta se encontraban cientos de obras confiscadas que incluían a algunos de los nombres internacionales más reconocidos como Paul Klee, Oskar Kokoschka y Vasili Kandinsky, junto con artistas alemanes de la época como Max Beckmann, Emil Nolde y Georg Grosz. La muestra se instaló con el objetivo de —según los nazis— «revelar los objetivos e intenciones filosóficas, políticas, raciales y morales detrás de este arte, y las fuerzas impulsoras de la corrupción que lo siguen». Para reforzar el mensaje, a pocos metros, en la «Casa del Arte Alemán», se hizo otra exhibición con lo mejor del arte —una vez más, según los nazis—. De esta manera se invitaba a los visitantes a comparar lo mejor y lo peor.



Desde luego, la exposición fue diseñada con la intención de generar rechazo. Los cuadros se colgaban mal, rodeados de mensajes que insultaban al arte y a los artistas que lo habían hecho, y estaban divididos en salas por categorías como: «Arte blasfemo», «Arte judío» —para ellos algo abominable—, «Arte comunista», «Arte anti-alemán», «Arte que ofende el honor de la mujer alemana», y otra sarta de títulos creativos como, el más chulo de todos, «La habitación de la locura» para las pinturas abstractas. Al final la idea era burlarse del arte moderno y animar al visitante a verlo como parte de un complot infame contra el pueblo alemán.




«La Exposición de Arte Degenerado» atrajo a más de un millón de visitantes. Irónicamente tres veces más que la «Gran exposición de arte alemán», la oficialmente aprobada. El éxito, de probablemente la mejor exposición de arte moderno de la historia, se debió en menor medida a los seguidores de Hitler y a aquellos conocedores que se dieron cuenta que podría ser la última oportunidad de ver ese tipo de arte. El mérito real del inesperado número de visitantes fue gracias a la propaganda nazi que, contrario a sus intereses, al hacer todo tan repulsivo olvidó que la gran mayoría de las personas tiene una afición por el escándalo y el morbo. La horrorosa exhibición incluso se fue de gira por Alemania, donde fue vista por un millón de personas más.



Lamentablemente, la historia para estas obras no acaba ahí. Al terminar este periodo de exhibición, aproximadamente 16,000 obras de arte fueron inventariadas y dispuestas para liquidación. Las que tuvieron suerte se vendieron a marchantes de arte para financiar el movimiento nazi con dinero extranjero o se intercambiaron por obras de corte fascista; mientras que las que no, simplemente se quemaron. Alrededor de 5,000 obras ardieron en el patio del Departamento de Bomberos de Berlín.



Ver su arte quemado fue sólo el comienzo de tiempos más difíciles para varios de estos artistas. Para otros —los afortunados—, el rechazo nazi les garantizó el éxito en países con valores contrarios al fascismo. Algunos de los artistas que fueron injuriados por la infame, aunque exitosa exhibición, hoy están considerados entre los artistas modernos más grandes.



Episodios como este invariablemente nos hacen reflexionar sobre el valor del arte y sus funciones sociales, así como autoexpresivas. Aunque en este caso nos puede servir como espejo para revalorar cómo calificamos el arte que se nos presenta. ¿Lo desechamos como basura por un criterio meramente de belleza a la mirada? ¿O nos damos el tiempo de entender la intención de la obra, interpretarla y, sobre todo, valorarla en honestidad? Muchas veces el criterio de «no lo colgaría en mi casa» puede ser engañoso, o, en el peor de los casos, peligroso. Desechar como basura algo que no nos gusta es cuestionable. Después de todo, incluso los nazis usaban la palabra arte, aunque fuera, a sus ojos, degenerado.



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[Imagen 1] Fila para entrar a la exhibición de Arte Degenerado /

[Imagen 2] Asistentes a la «Gran exposición de arte alemán»

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