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El encierro de Juana

Autor: Fermín Beguerisse Hormaechea

La reina doña Juana la Loca, recluida en Tordesillas con su hija, la infanta doña Catalina,

Francisco Pradilla, 1906


Los seres humanos muchas veces nos servimos del tiempo para rodear de un aura especial a aquellos personajes que moldearon nuestra historia, y otras tantas veces nos servimos del mismo pasar de los años para categorizar erróneamente a aquellos que resultaron incomprendidos por sus contemporáneos.



Tras la unificación de los reinos de Castilla y Aragón, y la Reconquista de la península ibérica, los Reyes Católicos (Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla) perdieron a sus hijos Juan e Isabel, incluyendo al hijo de esta, el infante Miguel de Paz. Con un problema de sucesión evidente en la monarquía hispánica, se decidió optar por la tercera hija del matrimonio real: Juana I de Castilla, llamada “Juana la Loca”.



Desde su infancia, Juana recibió la educación propia de una infanta e improbable heredera al trono, es decir una enseñanza basada en la obediencia más que en el arte de gobernar. De hecho, como era costumbre en la Europa del siglo XV y XVI, los padres de Juana negociaron su matrimonio con Felipe de Habsbugo quien, al contrario de su esposa, pasó a la historia como “Felipe el Hermoso”. Este matrimonio vinculaba a Castilla y Aragón con el Sacro Imperio Romano Germánico, lo que lo hacía altamente estratégico en el entorno político europeo del momento.



Se sabe que los futuros esposos no se conocían y se enamoraron al verse; sin embargo, Felipe pronto perdió el interés en la relación y esto provocó celos en Juana que varios autores consideran como celos patológicos. A esta respuesta anímica, con un pasado marcado por la muerte de sus hermanos, le sucedió la agonía de su madre, la reina Isabel la Católica; por lo que viajó de su residencia matrimonial en Flandes de vuelta a casa. En los últimos momentos que estuvo con su madre, la relación madre e hija se desgastó, y Juana comía y dormía muy poco, síntomas posiblemente aludidos a un trastorno depresivo.



Al morir Isabel la Católica (1504), su esposo, el rey Fernando el Católico, proclamó a su hija Juana reina de Castilla y siguió él mismo gobernando el reino. No obstante, el marido de Juana, el archiduque “Felipe el Hermoso”, no estaba dispuesto a renunciar al poder, y en la Concordia de Salamanca (1505) se acordó el gobierno conjunto de Felipe, Fernando el Católico y la propia Juana. Ahora bien, esta estructura de gobierno duraría poco, pues para 1506 ​Felipe consiguió el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana y orilló a Fernando a firmar la Concordia de Villafáfila, un tratado que reconocía la incapacidad de su hija Juana para reinar, debido a una supuesta enajenación mental, y a la figura de “Felipe el Hermoso” como rey de Castilla iure uxoris, es decir por el derecho de su mujer; a su vez, este acuerdo obligaba a Fernando el Católico a retirase de Castilla y permanecer en Aragón.



Con un año en el trono, “Felipe el Hermoso” murió el 25 de septiembre de 1506, muerte que afectó mucho a Juana y quien, asumiendo su dolorosa perdida, vivió 8 meses de luto trasladando el cuerpo de su esposo de Burgos, donde había muerto, hasta Granada, tal y como fue su deseo antes de morir. En todo este tiempo la reina Juana no se separó ni un instante del féretro y solo viajaba de noche con su lúgubre comitiva, realzando nuevamente murmuraciones sobre su “locura” entre los habitantes de los pueblos por los que cruzaba.



Al finalizar la procesión por el recién fallecido, la reina Juana trató de gobernar por sí misma, revocando e invalidando las mercedes otorgadas por su marido, así como intentando restaurar el Consejo Real de la época de su madre. No obstante, Fernando el Católico se entrevistó con su hija el 28 de agosto de 1507 y en ese momento, con el apoyo de la nobleza y el clero, Fernando el Católico volvió a asumir el gobierno de Castilla. Dos años más tarde Fernando encerraría a su hija en una casona-palacio de Tordesillas; hecho sustentando por algunas fuentes desde la inestabilidad mental de la reina y otras desde la amenaza política que significaba para Fernando la formación de un partido nobiliario en torno a Juana.



La reina Juana permaneció cuarenta y seis años encerrada en Tordesillas, vestida siempre de negro y con la única compañía de su hija Catalina; ambas ninguneadas y maltratadas física y psicológicamente por sus carceleros, de acuerdo a ciertos autores. A partir del encierro, y con mayor intensidad tras el desposorio de su hija Catalina con el rey de Portugal, la vida de doña Juana se deterioró progresivamente y sus episodios depresivos se sucedieron cada vez con mayor gravedad.



Debido a la intercepción de correspondencia durante el encierro de Juana en Tordesillas, es difícil demarcar y describir con precisión su estado general de salud mental; sin embargo, es claro que su complejo y un tanto confuso entramado sintomático, fue también ocasionado por problemas políticos y familiares, así como por el muy probable maltrato físico y psico-emocional sufrido durante su encierro.



Así como la reina Juana ¿cuántos personajes históricos requieren de ser estudiados con una nueva mirada que nos lleve a ser más compasivos y empáticos con ellos y nuestros contemporáneos? Me parece que ser conscientes de la salud mental, es el primer paso para cuidar de la nuestra y así guiar a otros a conocer y cuidar de la suya.


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Imágenes de izquierda a derecha:

Juana I de Castilla, Maestro de Geschiedenis van Jozef (1470-1500)

Doña Juana "la Loca", Francisco Pradilla (1877)


 
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Fuentes:

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