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Un café de ideas


Autora: Ivonne María Acuña Macouzet




La cafetera silba. Vierto el café en mi taza favorita, le pongo un toque de canela y regreso a mi cuarto a platicar con mi amigo. A lo largo de la tarde discutimos sobre nuestras clases, nuestros pendientes, preocupaciones y nuevas investigaciones. Después de varias horas de plática algo pasa, los comienzos de una migraña se hacen presentes y corto la conversación. Me despido de mi amigo y me disculpo por no poder aguantar más frente a mi computadora.



En una cafetería, hubiera seguido hablando. Quizá incluso hubiéramos ido a cenar a un restaurante y continuar ahí nuestra interminable plática, pero la pantalla hace cansado mantener largas conversaciones. Después de cuatro horas mi cabeza ya no aguanta.



Las cafeterías han jugado un papel importante en el desarrollo de la literatura, el arte y la historia. En los cafés europeos, además de ordenar una deliciosa bebida, se podía leer periódicos, intercambiar ideas o escuchar música. Mozart y Beethoven, por ejemplo, dieron pequeños conciertos en el Café Augarten. Schubert frecuentaba el café Bogner. Al café Museum acudían los pintores Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, y Schiele, y los escritores Franz Blei, Oskar Maria Fontana y Robert Musil (38). En palabras de Herbert Lederer: «[…] la cafetería era mucho más que un lugar para beber café y juntarse con los amigos; frecuentemente era el lugar donde obras literarias eran inspiradas, leídas en voz alta e incluso escritas» (41).



Un escenario similar se dio en París, pues los cafés tuvieron un gran impacto en el discurso público y las prácticas sociales. Tabetha Ewing incluso afirma que los cafés influyeron en la visión del ciudadano como una persona con ideas y voz propias (69). Además, eran lugares donde se solían publicar textos de sedición y se desarrollaban frecuentes disputas entre realistas y opositores. Personajes como Voltaire, Diderot y Rousseau solían frecuentar el café Procope para trabajar y hablar de sus obras.



Varios siglos después, tras la Primera Guerra Mundial, los cafés serían también el lugar donde se popularizaría el jazz. Las veladas de jazz eran, además, momentos en los cuales los escritores socializaban e intercambiaban ideas. Entre estos autores estaban Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald y Zelda Fitzgerald quienes además frecuentaban el Chez Bricktop, abierto por Ada “Bricktop” Smith, célebre cantante de jazz.



Durante la ocupación de Francia por alemanes en la Segunda Guerra Mundial, los cafés eran un lugar de relativa libertad puesto que no solían tener redadas de policías alemanes ni franceses a pesar de ser el centro de la Resistencia. El Café de Flore tenía por clientes frecuentes a Simone de Beauvoir y a Jean-Paul Sartre, quienes durante la guerra solían ir ahí a escribir.



Poco queda ya de esos lugares de encuentro intelectual. Los historiadores marcan el declive de los cafés de Europa en 1960, lo que haría falso decir que por la pandemia se ha perdido el espacio intelectual que brindaban los cafés. Actualmente los cafés se usan sólo para trabajar en aislamiento o para juntarse con algún amigo durante un breve tiempo. Sin embargo, la falta de lugares en los cuales se pueda tener una larga platica que nos permita explorar nuestro pensamiento se hace aún más patente en la pandemia. No sólo nuestra movilidad se ve limitada sino también nuestro diálogo y, por lo tanto, nuestro pensamiento.

¿Consideras que actualmente tenemos verdaderos espacios de diálogo o solo lugares de paso? ¿Actualmente entablamos discusiones que nos inviten a verdaderamente pensar?


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