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«Especial de héroes»: Cuauhtémoc

Autor: Guillermo Beguerisse Hormaechea


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Bienvenido a la última entrega del «Especial de héroes». Hoy conoceremos a otro hombre que vivió, y murió, para proteger lo que amaba: su civilización. Viajemos juntos a Tenochtitlán.


«El suplicio de Cuauhtémoc», Leandro Izaguirre


Cuauhtémoc, hijo y nieto de monarcas, nació en Tenochtitlán a finales del siglo XV durante un eclipse solar. Su nombre, «águila que cae» —una metáfora al sol que desciende al atardecer—, era digno de un noble que recibió la educación adecuada para su nivel social y que destacó como líder guerrero de Tlatelolco, la ciudad lateral a Tenochtitlán.



Cuauhtémoc fue parte de la facción mexica que no veía con buenos ojos la llegada de Hernán Cortés en noviembre de 1519. Tras la masacre perpetrada por Pedro de Alvarado un año después, Cuauhtémoc entendió que el mundo en el que vivía y su civilización estaban en riesgo de desaparecer. Renegando de su tlatoani Moctezuma, estuvo dentro del contingente que lo apedreó al ver que no tenía intenciones de luchar contra los conquistadores y formó parte de los líderes que expulsaron a Cortés y sus hombres de la ciudad en la conocida Noche Triste. Tras la muerte de Moctezuma, su hermano Cuitláhuac subió al poder, pero no duró más de ochenta días en él tras enfermar de viruela. Necesitados de un líder fuerte, en septiembre de 1520 los mexicas eligieron a Cuauhtémoc como tlatoani. Era momento de preparase para el asedio. Cortés y su ejército, 900 españoles y 150,000 aliados indígenas hartos del mandato azteca, rodearon la ciudad con hombres y bergantines que construyeron para navegar por la laguna alrededor de Tenochtitlán.



Aun luchando contra un enemigo poderoso, armado con fuego y enfermedades, Cuauhtémoc rechazó las ofertas de rendición, llegando al extremo de ejecutar a dos hijos de Moctezuma que se inclinaban por la negociación. El precio por conservar a su pueblo. Tras batallas que ensangrentaron los canales y una fiera resistencia al sitio enemigo, Cuauhtémoc y los suyos se retiraron a Tlatelolco, donde se vieron arrinconados y condenados a morir de hambre y sed. Incluso con la sentencia de muerte sobre sus cabezas, él y sus generales resolvieron seguir la guerra sin importar nada. A finales de 1521, los templos mexicas ardían y los cadáveres llenaban los canales. Un mundo se extinguía. El 13 de agosto, los conquistadores y sus aliados dieron el golpe final en Tlatelolco. Cuauhtémoc trató de escapar en una canoa para continuar con la rebelión, pero un bergantín español le cerró el paso. Tras ser capturado, fue llevado frente a Cortés. Ahí, el tlatoani, fiel a sus tradiciones, le pidió que lo sacrificara a los dioses. Desde luego, Hernán Cortés, devoto a su religión, se negó a hacerlo. Temiendo que organizara un nuevo alzamiento, se lo llevó a una distancia prudente al sur de Tenochtitlán, a su propia residencia en Coyoacán.



Con el objetivo de conseguir oro, particularmente el que habían perdido tras su huida en la Noche Triste, Cortés se reunió con Cuauhtémoc para preguntarle dónde lo ocultaban. No dijo nada. La paciencia castellana se acababa, y finalmente decidieron someterlo a tortura para obligarlo a confesar. Lo ataron a un poste y lo interrogaron mientras le quemaban los pies. No dijo nada. Sólo pudieron arrancarle que los dioses le habían ordenado tirarlo a la laguna. Se ordenó que se revisara el fondo del lago, pero los buzos españoles no encontraron nada. El oro azteca se había perdido.



En octubre de 1524, Cortés salió hacia Honduras para reprimir una rebelión. Se llevó consigo a Cuauhtémoc para evitar una insurrección en su ausencia. Al siguiente año, al escuchar que Cuauhtémoc aún instaba a la rebelión incluso junto a él, Cortés lo mandó ahorcar. Esta muerte le pareció injusta a sus mismos hombres. El cronista Bernal Díaz del Castillo la describió como una muerte injustamente dada y que le pareció mal a todos.



Tras la caída de Tenochtitlán, la Nueva España se convirtió en un pilar del Imperio Español, en un vertedero de costumbres y personas que formaron las raíces de una gran nación: México. Es absurdo coronar a un bando y condenar a otro, tanto los conquistadores como los mexicas tienen cola que pisar (no por nada más de 150,000 indígenas vieron a Cortés como una forma de librarse del yugo azteca); sin embargo, de no haberse dado este choque de culturas no existiría México como lo conocemos, un país descendiente de dos imperios. Con héroes y villanos en ambos bandos, Cuauhtémoc fue un guerrero que luchó por rescatar lo que veía perderse: su hogar, su gente, sus costumbres. Un hombre que luchó fiel a sus convicciones. Sin duda, un héroe.



¿Qué podemos aprender de las acciones de Cuauhtémoc? ¿Qué estarías dispuesto hacer por defender lo que amas? ¿Qué bien surge de la derrota?



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